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en companaje al desayuno y en un modesto entremés
y vino a la comida. Tampoco dejaba faltara ninguna
prenda de vestir a losmás pobres.
La mayor parte de los muchachos recibían en el
Oratorio mejor trato que el que podían tener en
sus propias casas, aunque estaban de balde. En
general, don Bosco prefería a los huérfanos más
necesitados y abandonados, expuestos al peligro de
la delincuencia, a ser víctimas de los escándalos
familiares o a caer en las redes de las malas
compañías. Decía conmovido hasta las lágrimas:
-Estoy dispuesto a cualquier sacrificio en
favor de estos muchachos: hasta daría con gusto mi
sangre con tal de salvarlos.
Y recomendaba la misma compasión a sus
colaboradores.
Sin embargo, exigía una pequeña cuota a los que
todavía tenían padres, o poseían algo, o tenían
bienhechores, y acostumbraba a decir que no era
justo fueran mantenidos por la beneficencia
pública, la cual solamente debe servir para los
que se encuentran en verdadera necesidad. Su
manutención, sin embargo, era más costosa de lo
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cualquiera de ellos aportaba; lo cual suplía don
Bosco con los socorros que le suministraba la
Divina Providencia.
Lo que él les daba era superior a lo que
pudieran pretender, aunque censuraba muchas veces
el sistema de ciertas instituciones modernas en
las que muchachos pobres, por ellas atendidos,
reciben un trato muy superior a su condición y,
después, al tener que salir de la institución, no
se adaptan a ciertas privaciones, aún con daño
material y moral.
Había en el Oratorio otros jovencitos, en
aquellos primeros tiempos, pertenecientes a
familias en cierto modo acomodadas, las cuales
rogaban a don Bosco aceptase a sus hijos para
educarles, y que estaban dispuestas a colaborar
con una cuota relativamente alta: éstos recibían
un trato especial. Don Bosco les sentaba a la mesa
de sus clérigos para que recibieran buen ejemplo.
Pero la excepción no duró mucho; sólo hasta que
don Bosco abrió otros colegios para este fin, en
1860 y 1863.
Entre estudiantes y artesanos, lo mismo los que
pagaban una pensión que los que no la pagaban o la
tenían muy reducida; entre clérigos e internos,
reinaba la más sincera amistad e igualdad. Don
Bosco aunaba todos los corazones. Porque era bueno
como la más amorosa de las madres, justo sin
parcialidad alguna, afectuoso con las personas
destinadas al servicio, apreciador y buen pagador
de los trabajos, solícito con los enfermos,
protector de los necesitados, inigualable
pacificador de las pequeñas discordias.
Acostumbraba
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