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nunca me había negado nada, cedió a mis repetidas
instancias y me contó que un joven (y me dijo el
nombre) le había insultado de tal forma que le
había disgustado mucho.
>>-Pero a mí, añadió, no me importa; lo que me
duele es que ese imprudente se encuentre en el
camino de la perdición.
>>Estas palabras hirieron gravemente mi corazón
y me preparé inmediatamente para pedir
explicaciones a aquel joven y hacerle tragar sus
insolencias. Pero don Bosco, que ((**It4.312**))
advirtió mi airado movimiento, me detuvo y
sonriendo me dijo:
>>-Tú quieres castigar al que ha ofendido a don
Bosco y tienes razón; pero nos vengaremos juntos;
>>te gusta así?
>>-Sí, le respondí.
>>Pero la indignación del momento no me dejó
entrever que don Bosco entendía vengarse con el
perdón. En efecto, me invitó a rezar con él por el
ofensor, y creo que él rezó también por mí, puesto
que experimenté un repentino cambio de ideas, y mi
indignación contra el compañero se cambió en amor
al extremo de que, de haber estado allí presente,
hasta le hubiera abrazado.
>>Al terminar la oración, conté a don Bosco la
mudanza de mi interior y él me dijo:
>>-La venganza de un buen cristiano es el
perdón y la plegaria por la persona que nos
ofende; así que, habiendo rezado por este
compañero, has hecho lo que le agrada al Señor, y
por eso ahora te encuentras satisfecho. Si haces
siempre así, pasarás una vida feliz>>.
Esa era la actitud de don Bosco frente a las
contrariedades; y el hecho narrado manifestaba que
también había alguno en Valdocco que participaba
en las disidencias. Y, como se iba acentuando el
peligro de un cisma, hubo un grupo de sacerdotes
que buscó el modo de deshacerlo. Estaban en él el
teólogo Roberto Murialdo, el teólogo Tasca, los
profesores Barone y Verizzi, el P. Cocchis y el
canónigo Saccarelli, fundador de la Sagrada
Familia. El padre Ponte, invitado a exponer sus
quejas, se mantuvo firme en sus pretensiones y no
quiso asistir a la reunión. Don Bosco estaba bien
dispuesto a hacer alguna concesión, pero no a
abdicar de la supremacía a la que tenía derecho.
Hubo un momento de tregua. Como la marquesa de
Barolo buscaba un capellán para su casa, don Bosco
recomendó a don José Cafasso eligiera a don Pedro
Ponte, que deseaba aquel empleo; y la Marquesa
aceptó ((**It4.313**)) la
propuesta del Rector del Colegio Eclesiástico. La
noble señora partía, a mitad de octubre, hacia
Roma, acompañada por Silvio Péllico y don Pedro
Ponte, el cual manifestaba en una carta al teólogo
Borel su resolución y se lamentaba de los agravios
(**Es4.243**))
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