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injusto negar este tributo de agradecimiento al
que tienen un merecido derecho>>.
El teólogo Carpano se había retirado y, con
gran pena, abandonaba la obra que había visto
nacer y crecer con su cooperación. En el Oratorio
de San Luis estaba a la cabeza, en el 1851, don
Pedro Ponte, ayudado por le abate Carlos Morozzo,
el sacerdote Ignacio Demonte, el abogado
Bellingeri, el teólogo Rossi y el abogado Berardi.
Pero don Pedro Ponte, ejemplarísimo sacerdote, era
un hombre fácilmente impresionable, y se dejaba
enredar por algunos catequistas, descontentos de
los métodos empleados por don Bosco para regular
la marcha de los Oratorios de Vanchiglia y Puerta
Nueva. Atribuían éstos la obra de su celo a
espíritu de ambición, a ansias de dominio,
<>.
Pero esta prosperidad debía atribuirse a la
unidad de mando que don Bosco quería se respetase,
mientras los murmuradores habrían querido
romperla. Desdichadamente, ((**It4.311**))
hablando en general, los hombres no aprecian más
que lo que ellos mismos creen poder hacer, y no
ven con buenos ojos que haya quien marcha mucho
más adelante que los demás en uno u otro género de
cosas, particularmente si es su igual. Se creerían
humillados si lo admitiesen. La envidia, camuflada
de celo, la define Tommaseo así: <> 1.
Por esto, se interpretaban con poca
benevolencia las órdenes, aunque fueran muy
prudentes, que don Bosco daba, y se difundían
continuamente murmuraciones maliciosas, aunque en
círculos cerrados, de un Oratorio a otro. La
pasión cegaba los ánimos. Se manifestaban síntomas
de rechazo de obediencia. Don Bosco sufría y
callaba para no llevar las cosas al extremo; pero
también se le culpaba de su silencio. Sin embargo,
estaba dispuesto a actuar, llegado el momento,
porque empezaba a despuntar la cizaña.
José Brosio escribió a don Juan Bonetti:
<(**Es4.242**))
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