((**Es4.240**)
Don Francisco Dalmazzo observó sus lágrimas muchas
veces, especialmente hablando de la vida eterna,
de tal modo que movía al dolor a los pecadores
obstinados, los cuales, después del sermón, iban a
confesarse con él.
Nosotros mismos, que escribimos esta páginas,
fuimos testigos, juntamente con mil otros, de este
don divino que Dios concedió a don Bosco desde que
empezó el Oratorio y aún antes y que le duró hasta
su muerte.
Ya hemos hablado del don de las curaciones y de
los milagros; pero esto no es nada frente a lo que
nos resta por decir; y todo lo que hemos contado
en este capítulo no es más que un esbozo de un
tema inagotable.
(**Es4.240**))
<Anterior: 4. 239><Siguiente: 4. 241>