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a los que nos entretenía con amenas descripciones
y agradables donaires o mientras jugaba con
nosotros al calientamanos 1, o bien ganaba en
agilidad dando palmadas con sus manos y después
con las del compañero (la izquierda contra la
derecha, la derecha contra la izquierda).
>>Lo que más le importaba era que los jóvenes
salvaran su alma. Si veía que uno era menos bueno,
él se las apañaba para acercárselo, decirle una
buena palabra al oído y después le hacía vigilar
para conducirle al buen camino y fortalecerle en
la piedad. Tenía plena confianza de que Dios le
ayudaría en la educación e instrucción cristiana
de muchos jovencitos.
>>Recuerdo que, siendo aún pequeño en el
Oratorio, le oí contar con santa sencillez y
repetidas veces, que había pedido al Señor un
lugar en el paraíso para diez mil de sus
muchachos. Y añadía que lo había conseguido, con
una condición: que no ofendiésemos al Señor:
-íAh!, hijitos míos, decía: saltad, corred,
jugad, alborotad, pero no hagáis pecados, y tenéis
un puesto seguro en el paraíso.
>>Al ver más tarde que los muchachos crecían en
número, le preguntábamos si serían bastante los
diez mil puestos del cielo para nosotros. Entonces
añadió que había pedido un lugar más amplio para
muchos otros jóvenes, que vendrían y obtendrían su
eterna salvación con la ayuda de Dios y la
protección de María Santísima.
>>Sus palabras causaban tanto mayor efecto
cuanto que su espíritu profético era manifiesto de
mil modos y en mil circunstancias y ocasiones, y
era persuasión común en el Oratorio que don Bosco
sabía las cosas ocultas>>.
Y hasta aquí el mismo monseñor Cagliero.
((**It4.294**)) Así
pues, tras la conmemoración de los fieles
difuntos, Cagliero comenzó el curso clásico de
latinidad en la escuela del profesor Bonzanino,
juntamente con Turchi, Angel Savio y otros. Al
mismo tiempo era admitido Miguel Rúa en la escuela
privada de don Mateo Picco, profesor de
humanidades y retórica, que daba clases en un
apartamento de una casa junto a la parroquia de
San Agustín. Este eximio profesor, a ruegos del
mismo don Bosco, se encargó, de buena gana de
atenderlo en la clase de humanidades. El éxito de
Rúa que vivía en casa de sus padres fue
extraordinario. Don Bosco seguía siempre ayudando
a sus alumnos de los estudios clásicos.
1 Ese juego simple y universal, de uno que pone
las manos encima de las de otro en sentido
inverso, para ver si es capaz de golpear el de
abajo al de arriba, o bien se golpea la propia, al
retirar el otro la suya. (N. del T.).
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