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de sacramentos, no sólo en los días festivos, sino
también entre semana. Nos recomendaba don Bosco
que, a lo largo de la misma, nos repartiéramos los
días para las comuniones, a fin de que éstas
fueran continuas. La mayoría íbamos a confesarnos
con él, aunque en los días festivos hubiese
también algún otro sacerdote para ayudarle. Era
tal la delicadeza de muchos jóvenes para acercarse
a la sagrada mesa, que entre semana, mientras él
se preparaba para la santa misa, había casi
siempre alguno ((**It4.288**)) que,
acercándosele, le confiaba al oído alguna pena o
escrúpulo para asegurarse de que podía recibir
tranquilamente la comunión. Entonces y siempre he
visto en el Oratorio una gran cantidad de
muchachos con un piedad tan sólida y admirable,
que entonaba toda la casa y atraía a los demás al
bien.
>>Don Bosco era celosísimo de que se enseñara
bien el catecismo. Sus predicaciones eran del todo
interesantes. Solía exponer la Historia
Eclesiástica de una manera fácil, clara,
atrayente, y, antes de acabar su plática,
acostumbraba preguntar a alguno de los oyentes
para que hiciese alguna observación o dedujese
alguna consecuencia práctica. Por la noche,
después de las oraciones, nos daba unos avisos tan
apropiados, que yo, al retirarme a mi habitación,
me sentía impresionado y lleno de un gozo que no
puedo expresar. Don Bosco educaba a los muchachos
y los conducía al bien a través de la persuasión,
y ellos lo hacían transportados de alegría.
Procedía siempre con dulzura; al dar órdenes casi
nos rogaba, y nosotros nos hubiéramos sometido a
cualquier sacrificio para contentarlo. Así, de
bien en mejor, vi progresar el Oratorio durante
los diez años que estuve en él, hasta mi
ordenación sacerdotal; y, después de haber
visitado muchos Centros, no he encontrado ninguno
con tanta piedad como el de don Bosco, de cuya
benevolencia gocé siempre aún de lejos>>.
El primero de noviembre de 1851 aceptaba
definitivamente don Bosco en Castelnuovo a otro
muchacho, que dejará eterno recuerdo en los anales
del Oratorio. Fue Juan Cagliero, huérfano de padre
hacía pocos días.
Aquel mismo año de 1851 fue don Bosco a
Castelnuovo de Asti el día de Todos los Santos
para predicar el sermón de los difuntos. Cagliero
llegó a la sacristía antes que sus compañeros, con
ansias locas de que empezase la función. Quería
ser elegido para ((**It4.289**))
acompañar como monaguillo al predicador hasta el
púlpito. Se revistió la sotana y el roquete y
esperó pacientemente, mientras sus compañeros
habían ido a buscar a don Bosco. Y cuando éste
llegó, tuvo la satisfacción de ver cumplido su
deseo.
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