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parte, y dirigirse aquí como a lugar seguro y
reunirse, no solamente para encontrar en él
refugio y defensa, sino también alimento para la
vida temporal y eterna. íAh!, señores que me
escucháis, prestaos con vuestra palabra y vuestras
obras para que este árbol crezca pronto como un
gigante, tienda sus ramas sobre toda la ciudad, y
recoja bajo ellas a tantos pobres muchachos, que
para vergüenza de la religión y baldón de la
moral, se ven brincar en los días festivos por
calles y plazas, con peligro de convertirse en
deshonor de sí mismos, vergüenza de las familias,
desconcierto y desolación de la sociedad civil.
Vuestra caridad, señores, no podría jamás
emplearse en una obra más ventajosa para la
Iglesia y para el Estado; porque de la juventud,
bien o mal educada, depende la vida o la muerte de
las familias, de los reinos y del mundo.
Por fin el buen Padre, dirigiéndose a
Jesucristo, hizo una oración tan hermosa, que
arrancó las lágrimas a muchos.
-Y Vos, Dios mío, dijo, Vos, Salvador nuestro
Jesucristo, simbolizado en la piedra que acabamos
de colocar, íah!, con la virtud de vuestro
omnipotente brazo proteged la obra de este
Oratorio. Quizá puedan los impíos maldecirla:
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bendecidla Vos. Quizá la combatan: defendedla Vos.
Quizá la odien: amadla Vos como a la pupila de
vuestros ojos. Tiene todos los títulos para
vuestro bien querer, puesto que su finalidad es
recoger, instruir, educar, a los niños, que en
vuestra vida mortal formaban la delicia de vuestro
corazón y son y serán siempre el objeto de
vuestras amorosas delicadezas, como corderillos de
vuestro rebaño, como la flor más dintinguida del
jardín de vuestra Iglesia. Sí, bajo vuestro amparo
esta obra será imperecedera; más aún, su simiente,
arrastrada por el viento de vuestra gracia, se
esparcirá por todas partes y antes tendrán que
derrumbarse las columnas que sostienen el
firmamento que ella desaparezca de la tierra.
Las palabras del elocuente religioso alcanzaron
un efecto admirable, y al presente parecen como
inspiradas por el mismo cielo, parecen proféticas,
porque se cumplieron y siguen cumpliéndose
maravillosamente.
Después que el abate Antonio Moreno firmó la
declaración que atestiguaba que la piedra había
sido bendecida por él, tuvo lugar una graciosa
fiesta. El clérigo Bellia leyó un discursito,
algunos alumnos declamaron unas poesías y seis
chavalines, de los más pequeños de los externos,
recitaron un dialoguito, escrito por don Bosco, a
la par que llevaban un ramo de flores para
entregar al Alcalde.
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