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Con esta confianza llamó un día al ingeniero
Blachier, le llevó al lugar destinado para el
sagrado edificio, y le rogó hiciera unos planos.
Casi a la par, convocó al contratista Federico
Bocca y le preguntó si quería encargarse de la
construcción.
-Con mucho gusto, respondió éste.
-Pero le advierto, añadió don Bosco, que podría
darse que alguna vez yo no cuente con el dinero
necesario para los gastos.
-Entonces iremos más despacio en los trabajos.
-Eso no, porque yo querría que fuesen deprisa,
y que dentro de un año tuviéramos acabada la
iglesia.
-Pues iremos deprisa, repuso el empresario.
-Entonces empiece, terminó don Bosco. Algo ya
hay en caja; el resto nos lo proporcionará la
Divina Providencia a su tiempo.
Mientras se tomaban estas disposiciones, se
acercaba la cuaresma, y en los últimos días de
carnaval cumplían con el ejercicio de la buena
muerte, en mañanas diversas, los muchachos
internos y los externos del Oratorio. <>-Proporcionemos un buen carnaval a las
pobrecitas almas del purgatorio, cooperemos para
hacerlas entrar lo antes posible en el gozo del
paraíso.
((**It4.257**)) >>E
insistía para que no olvidásemos en nuestras
oraciones a los bienhechores. Así, que, aún cuando
se hiciera en Turín ostentación de muchas
diversiones públicas y anduviese en movimiento
toda la ciudad con sus máscaras, nosotros, unos
muchachos, no sentíamos necesidad de ir a la
ciudad; ni nos pasaba por la mente pedir permiso
para ello. Pero don Bosco, en compensación, nos
proporcionaba diversiones en el patio y en el
teatro>>.
El 11 de marzo se organizaron los catecismos
cuaresmales. Don Pedro Ponte, director del
Oratorio de San Luis, tuvo consigo al joven
teólogo don Félix Rossi. El teólogo Leonardo
Murialdo comenzó a ir al Oratorio del Angel
Custodio en Vanchiglia, dirigido por su primo el
teólogo Roberto Murialdo, y allí siguió enseñando
el catecismo todos los días festivos. Para ayudar
a éstos y otros celosos
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