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a los sacerdotes Juan Bosco, teólogo Juan Borel,
teólogo Roberto Murialdo y José Cafasso unos
terrenos y edificios, que limitan con los hermanos
Filippi, a levante y norte; con el camino de La
Jardinera al sur; y con la señora María Bellezza a
poniente. El precio establecido es de veintiocho
mil quinientas liras, que se paga con veinte mil
liras por parte del reverendo señor don Carlos
Gilardi, como representante del abate Antonio
Rosmini-Serbati; y para el resto se libra una
escritura privada>>.
Aún se necesitaban tres mil quinientas liras
más, para los gastos accesorios, las cuales fueron
puestas por el comendador José Cotta, en cuya
banca se firmó la escritura. Era este señor el
primer patrono y apoyo del Oratorio, y lo fue
mientras vivió.
Como se ve, nuestro don Bosco tuvo en aquella
ocasión una nueva prueba de la bondad divina en
favor de su obra y concibió una confianza y
seguridad mucho mayor de que la Providencia no le
faltaría en el porvenir. Y nosotros creemos que
esa confianza ilimitada, que ese convencimiento,
no desmentido en el curso de casi cincuenta años,
fue una de las causas principales de la
laboriosidad de don Bosco. El mundo tal vez
quisiera llamarle hombre audaz; pero, después del
feliz éxito de sus empresas, se ve obligado a
llamarle hombre providencial; y lleva toda la
razón.
El era así, gracias al concurso generoso de
muchos corazones cristianos; y entre éstos fue el
abate Rosmini quien proveyó la ((**It4.247**)) mayor
parte de los medios necesarios para que el
Oratorio de San Francisco de Sales contase con
sede propia. Y al entregar aquel préstamo al
cuatro por ciento, advirtió que los intereses se
pagarían cuando él los reclamase, cosa que no hizo
jamás ni con el capital ni con los intereses. Sin
embargo don Bosco, fiel a sus obligaciones,
arreglaba cada año las cuentas con el procurador
C. Gilardi. Rosmini fue amigo de don Bosco hasta
el último instante de su vida, y el mismo afecto
le tenían sus religiosos; don Bosco les
correspondía, reconocido, como ya se ha visto en
sus cartas, y en la que acompañamos a
continuación, en la que se refiere también a sus
predicaciones durante aquellos meses. Está
dirigida a otro sacerdote del Instituto de la
Caridad, transferido al Santuario de San Miguel.
Muy querido P. Fradelizio:
Me acuso de pecado de negligencia: entre
ocupaciones, fastidios, algunas excursiones y que
soy un picaruelo, no he respondido a sus
atentísimas cartas: por lo que, sin buscar
excusas, me declaro reo y pido benigna compasión.
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