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((**Es4.190**) -No hablemos más de ello, pero sigamos siendo siempre amigos. Por aquellos días había un joven ingeniero, Spezia, que habitaba en el vecindario del Oratorio. Una mañana se lo encontró don Bosco; al ver su rostro con un aire de gran inocencia quedó prendado de él y, deteniéndolo, le preguntó a qué se dedicaba en Turín. -He terminado, hace pocos días, respondió el joven, la carrera de arquitecto, y espero colocarme para ejercer mi profesión. Al oír esto invitóle don Bosco a visitar la casa Pinardi y hacer una estimación del precio honesto a fijar para comprar aquel edificio, con el cobertizo y el campo circundante. Se excusaba el joven arquitecto, porque, en efecto, no sabía todavía cuánto costaban las construcciones y los terrenos. Pero tuvo que condescender, y su estimación, más bien alta, fue la de que aquella propiedad podía valer de veinticinco a treinta mil liras. Don Bosco, al despedirse de él, le dijo: -Mire; otro día necesitaré de usted. -Y el arquitecto Spezia recordó estas palabras, cuando don Bosco le confió los planos para la construcción de la iglesia de María Auxiliadora. No parecía pues fácil, por el momento, adquirir la casa de Valdocco, puesto que don Bosco no tenía probabilidad de conseguir la gran cantidad de dinero ((**It4.240**)) que preveía necesaria. El y su madre ya habían enajenado todos sus haberes en favor de los jovencitos y no tenían en casa el más mínimo recurso. Peor aún, hasta les faltaba el dinero necesario para comprar pan aquellos días. Pero a primeros de 1851 manifestaba claramente el Señor que era El el dueño de los corazones y que había destinado aquel lugar para Oratorio. He aquí de qué modo. Era por la tarde de un día festivo. Estaban ya los muchachos recogidos en la capilla; predicaba el teólogo Borel y don Bosco andaba junto a la puerta del patio, para impedir disturbios y jaleos de los muchachos que seguían llegando. En aquella casa mala, de al lado, había habido una riña violenta hacía unos instantes. Un oficial yacía tendido en el suelo a pocos metros de allí con la cabeza rota y empapado en sangre: daba lástima verlo. En aquel momento apareció el señor Pinardi, irritado porque había sido llamado muchas veces a la comisaría, por sucesos sangrientos similares, como testigo, con la consiguiente pérdida de tiempo y el riesgo de la enemistad con los criminales. Se presentó, pues, a don Bosco la mar de preocupado y con los brazos cruzados. (**Es4.190**))
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