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-No hablemos más de ello, pero sigamos siendo
siempre amigos.
Por aquellos días había un joven ingeniero,
Spezia, que habitaba en el vecindario del
Oratorio. Una mañana se lo encontró don Bosco; al
ver su rostro con un aire de gran inocencia quedó
prendado de él y, deteniéndolo, le preguntó a qué
se dedicaba en Turín.
-He terminado, hace pocos días, respondió el
joven, la carrera de arquitecto, y espero
colocarme para ejercer mi profesión.
Al oír esto invitóle don Bosco a visitar la
casa Pinardi y hacer una estimación del precio
honesto a fijar para comprar aquel edificio, con
el cobertizo y el campo circundante. Se excusaba
el joven arquitecto, porque, en efecto, no sabía
todavía cuánto costaban las construcciones y los
terrenos. Pero tuvo que condescender, y su
estimación, más bien alta, fue la de que aquella
propiedad podía valer de veinticinco a treinta mil
liras. Don Bosco, al despedirse de él, le dijo:
-Mire; otro día necesitaré de usted.
-Y el arquitecto Spezia recordó estas palabras,
cuando don Bosco le confió los planos para la
construcción de la iglesia de María Auxiliadora.
No parecía pues fácil, por el momento, adquirir
la casa de Valdocco, puesto que don Bosco no tenía
probabilidad de conseguir la gran cantidad de
dinero ((**It4.240**)) que
preveía necesaria. El y su madre ya habían
enajenado todos sus haberes en favor de los
jovencitos y no tenían en casa el más mínimo
recurso. Peor aún, hasta les faltaba el dinero
necesario para comprar pan aquellos días.
Pero a primeros de 1851 manifestaba claramente
el Señor que era El el dueño de los corazones y
que había destinado aquel lugar para Oratorio. He
aquí de qué modo.
Era por la tarde de un día festivo. Estaban ya
los muchachos recogidos en la capilla; predicaba
el teólogo Borel y don Bosco andaba junto a la
puerta del patio, para impedir disturbios y jaleos
de los muchachos que seguían llegando.
En aquella casa mala, de al lado, había habido
una riña violenta hacía unos instantes. Un oficial
yacía tendido en el suelo a pocos metros de allí
con la cabeza rota y empapado en sangre: daba
lástima verlo. En aquel momento apareció el señor
Pinardi, irritado porque había sido llamado muchas
veces a la comisaría, por sucesos sangrientos
similares, como testigo, con la consiguiente
pérdida de tiempo y el riesgo de la enemistad con
los criminales. Se presentó, pues, a don Bosco la
mar de preocupado y con los brazos cruzados.
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