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reunión de grandes comerciantes, banqueros,
periodistas, entre los que me pareció reconocer a
Govean y Bottero de la Gaceta del Pueblo. Aunque
adversarios de la Religión y por consiguiente
enemigos de don Bosco y del Oratorio, oí que no se
avergonzaban de repetir que, si don Bosco hubiera
sido ministro, no tendría deudas el reino. -Este
aprecio era la causa de la confianza que en él
ponía la gente, al darle sus limosnas>>.
Pero muchas veces parecía que iban a faltar los
socorros. Durante el año 1850, a consecuencia de
la guerra y otras adversas vicisitudes, aquella
pequeña familia pasó, a menudo, grandes apuros. A
veces se sabía que no había en la despensa pan
para el día siguiente ni un céntimo en casa, pero
don Bosco no mostraba la menor duda de que los
recursos llegarían, y decía a todos, tranquilo y
alegre:
-Comed, hijitos míos, que habrá lo necesario.
En efecto la Divina Providencia no le abandonó
jamás: y mientras el número de ((**It4.11**))
muchachos recogidos crecía de día en día, y las
dificultades de los tiempos se hacían mayores, no
tuvo que alejar del Oratorio ni a uno solo por
falta de lo necesario. Fue éste un premio de toda
su vida, que muy bien puede tomarse como un
ejemplo de caridad heroica hacia el prójimo, en el
que se empleó él mismo con toda suerte de trabajos
y santas industrias.
Pero usaba la más exquisita solicitud para los
intereses del alma. Los medios de perversión eran
cada día más acuciantes y funestos. Merced a la
libertad de imprenta se esparcían a manos llenas,
por talleres y establecimientos, libros y folletos
perniciosos. Era muy frecuente el caso de oír a
patrones y empleados, negociantes y subalternos,
sastres y zapateros, que discutían sobre religión
y sobre moral, soltando verdaderas sentencias,
cual si fueran otros tantos doctores de la
Sorbona, por lo que la fe y las buenas costumbres
sufrían gran riesgo. Don Bosco, obligado a enviar
a sus muchachos a la ciudad para aprender un arte
u oficio, se informaba minuciosamente de la
honradez de los individuos a quienes quería
confiarles, y, si era preciso, les sacaba de un
puesto para colocarlos en otro, que le ofreciera
mayores garantías. A más de esto, iba a pedir
nuevas al patrono sobre su comportamiento, dando
con ello a entender lo mucho que le importaba su
fidelidad en el trabajo, y, al mismo tiempo, su
interés porque sus queridos protegidos no
encontrasen peligros, ni para la moral ni para la
religión. Después, se entretenía con ellos en casa
el mayor tiempo que le era posible; hábilmente se
enteraba de lo malo que habían visto u oído
durante la
jornada; y después, cual médico experto y amoroso,
ponía inmediatamente el contraveneno, para
sacar(**Es4.19**))
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