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escándalo, y fueron de algún modo oídos. Se
suspendió la enseñanza del Derecho Canónico; y
poco después Nuytz fue sustituido por Filiberto
Pateri, no menos regalista que él y enemigo de los
derechos de la Iglesia, pero más cauto. Nuytz
moría en el 1876 sin recibir los sacramentos y
negándose a retractarse.
Mientras tanto, aquel año el Ministro animaba a
los clérigos a frecuentar la universidad,
invitando a la Curia Metropolitana a que les
advirtiera que, para nombramiento de los
beneficios, el Gobierno seguiría prefiriendo
aquellos eclesiásticos que se hubieran graduado en
los estudios universitarios. Los Obispos no
consintieron que los seminaristas frecuentasen
aquellas escuelas de derecho canónico.
((**It4.230**)) Mas no
bastaba esto. El error debía conseguir su premio,
a más de la libertad. El 16 de marzo de 1851, un
decreto real declaraba institución civil a la
orden de caballería de San Mauricio y San Lázaro,
fundada por la autoridad de los Pontífices que la
habían dotado de bienes y rentas eclesiásticas, y
abolía la profesión religiosa que los comendadores
y los provistos de bienes en la orden debían
prestar. Y esto se hacía para, de ese modo, poder
conferir los honores y las rentas a hebreos,
protestantes y heterodoxos.
Hemos escrito esta página, solamente para que
se entienda mejor la lucha en que don Bosco andaba
envuelto. Había visto, entre tanto, cumplirse un
ardiente deseo suyo. El dos de febrero, día de la
Purificación de María, en el que se celebró aquel
año en el Oratorio la fiesta de San Francisco de
Sales, vistieron la sotana los jóvenes José
Buzzetti, Félix Reviglio, Santiago Bellia y Carlos
Gastini. Presidió la fiesta el teólogo colegiado
José Ortalda, canónigo lectoral de la
Metropolitana, el cual desarrolló en tan hermosa
ocasión el texto evangélico de aquel día: positus
est hic in resurrectionem et in ruinam multorum
(fue colocado para resurrección y ruina de
muchos), y explicó a los nuevos clérigos cuál
sería su misión si correspondían a la gracia
recibida.
Don Bosco, lleno de inmensa alegría, no se
conformó con la solemnidad de la capilla, sino que
quiso servir un banquete, al que invitó también al
canónigo Ortalda, al teólogo Nicco, al canónigo
Nasi y al doctor colegiado canónigo Berta. Fue un
convite inolvidable. Los cocineros demostraron sus
habilidades, puesto que don Bosco nunca fue tacaño
con los amigos, pero ninguno de los comensales
pudo comer el cocido y tomar café. Mientras mamá
Margarita se ocupaba de preparar la mesa y había
hecho ya hervir el café en un puchero, su hermana
Mariana Occhiena, que después de la muerte de don
José Lacqua, ((**It4.231**)) a quien
sirvió, moraba en el Oratorio, había
(**Es4.182**))
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