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((**Es4.177**) Bosco estas sólidas instrucciones hasta diez capítulos, que quiso acompañaran siempre al libro, a fin de que los cristianos lo tuviesen de continuo a mano, con las explicaciones del dogma de la infalibilidad pontificia. Más tarde se quiso hacer con estos Fundamentos un opúsculo aparte, pero don Bosco se opuso radicalmente, persuadido de que, separados de su libro, ((**It4.223**)) nadie los leería. -íHan de ser un vademécum!, exclamó. Estos Fundamentos, tal y como estaban compendiados en 1851, les debieron parecer a los protestantes un golpe bastante serio para sus falsas doctrinas, porque corrían, como la Historia Eclesiástica y la Historia Sagrada, de mano en mano de muchos millares de jóvenes, a los cuales tendían sus redes con preferencia. Decía don Bosco al final de los mismos: <>. Mientras trabajaba para esta segunda edición, experimentó don Bosco un gran consuelo. Una tarde, al volver a casa desde la imprenta y pasar por la llamada Puerta Palacio, se detuvo bajo los pórticos de la izquierda para contemplar un puesto de libros a la venta. Díjole el vendedor que aquellos libros no eran para él, pues eran protestantes. Y él respondió: -Ya veo que no son para mí; pero >>estará usted contento a la hora de la muerte, de haber vendido estos libros? Le saludó y se fue. Mientras se alejaba don Bosco, preguntó el vendedor a los más próximos quién era aquel sacerdote, y le respondieron que era don Bosco. A la mañana siguiente se presentó a él y después de sostener una conversación, acabó por enviarle todos sus libros y volver al buen sendero. Se enteraba mientras tanto don Bosco de que los herejes valdenses se insinuaban y se abrían cada día más camino por varios pueblos. Llegaban a Valdocco personas de toda clase, atraídas a don Bosco por una simpatía providencial, y algunas de ellas ((**It4.224**)) le contaban lo que sucedía en las reuniones sectarias o protestantes, sus esperanzas, sus desastrosos sucesos, con singular familiaridad. Hubo quien avisó a don Bosco que no se fiara; pero él estaba alerta, se informaba y advertía fielmente de ello a la Curia. Un distinguido eclesiástico, sin embargo, estaba molesto, por la importancia que don Bosco parecía dar a aquellas revelaciones. Sin embargo, el buen (**Es4.177**))
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