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Bosco estas sólidas instrucciones hasta diez
capítulos, que quiso acompañaran siempre al libro,
a fin de que los cristianos lo tuviesen de
continuo a mano, con las explicaciones del dogma
de la infalibilidad pontificia. Más tarde se quiso
hacer con estos Fundamentos un opúsculo aparte,
pero don Bosco se opuso radicalmente, persuadido
de que, separados de su libro, ((**It4.223**)) nadie
los leería.
-íHan de ser un vademécum!, exclamó.
Estos Fundamentos, tal y como estaban
compendiados en 1851, les debieron parecer a los
protestantes un golpe bastante serio para sus
falsas doctrinas, porque corrían, como la Historia
Eclesiástica y la Historia Sagrada, de mano en
mano de muchos millares de jóvenes, a los cuales
tendían sus redes con preferencia. Decía don Bosco
al final de los mismos: <>.
Mientras trabajaba para esta segunda edición,
experimentó don Bosco un gran consuelo. Una tarde,
al volver a casa desde la imprenta y pasar por la
llamada Puerta Palacio, se detuvo bajo los
pórticos de la izquierda para contemplar un puesto
de libros a la venta. Díjole el vendedor que
aquellos libros no eran para él, pues eran
protestantes. Y él respondió:
-Ya veo que no son para mí; pero >>estará usted
contento a la hora de la muerte, de haber vendido
estos libros?
Le saludó y se fue. Mientras se alejaba don
Bosco, preguntó el vendedor a los más próximos
quién era aquel sacerdote, y le respondieron que
era don Bosco. A la mañana siguiente se presentó a
él y después de sostener una conversación, acabó
por enviarle todos sus libros y volver al buen
sendero.
Se enteraba mientras tanto don Bosco de que los
herejes valdenses se insinuaban y se abrían cada
día más camino por varios pueblos. Llegaban a
Valdocco personas de toda clase, atraídas a don
Bosco por una simpatía providencial, y algunas de
ellas ((**It4.224**)) le
contaban lo que sucedía en las reuniones sectarias
o protestantes, sus esperanzas, sus desastrosos
sucesos, con singular familiaridad. Hubo quien
avisó a don Bosco que no se fiara; pero él estaba
alerta, se informaba y advertía fielmente de ello
a la Curia. Un distinguido eclesiástico, sin
embargo, estaba molesto, por la importancia que
don Bosco parecía dar a aquellas revelaciones. Sin
embargo, el buen
(**Es4.177**))
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