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y calumniosa Historia de los Papas y de otras
obras infames. Añadíase que los protestantes
estaban preparados para esta propaganda y los
católicos no lo estaban para oponer un dique,
impedirla o al menos menguar las desastrosas
consecuencias. Fiándose de las leyes civiles, que
hasta entonces habían protegido a la religión
católica contra los asaltos de la herejía;
fiándose sobre todo del primer artículo del
Estatuto que dice: La religión católica,
apostólica, romana es la única religión del
Estado, los católicos se encontraron como soldados
sacudidos de repente por el sonido del clarín de
guerra y llamados al campo de batalla, sin armas a
propósito para combatir a los enemigos bien
armados. En efecto, los católicos necesitaban
periodiquitos de buena ley para ser difundidos
profusamente, pero eran muy pocos los que los
poseían; se necesitaban, sobre todo, libritos
sencillos y de poco coste, y en cambio, no se
tenían más que obras voluminosas de gran
erudición. Estaban en peligro de perder la fe no
solamente los jovencitos, sino todo el pueblo
bajo, al que intentaban seducir los enemigos de la
Iglesia.
((**It4.222**)) Ante
aquel cuadro, el corazón de don Bosco se encendió
en caridad y celo y, con el fin de preservar a sus
queridos muchachos de los errores que circulaban,
preparó un medio saludable para millares y hasta
millones de personas.
Compuso y publicó unas tablas sinópticas de la
Iglesia Católica, hojas sueltas, llenas de
recuerdos y máximas morales y religiosas adaptadas
a los tiempos y las repartió gratuitamente entre
jóvenes y adultos, por millares de ejemplares,
especialmente con ocasión de ejercicios
espirituales, misiones, novenas, triduos y
fiestas.
Pero la industriosa caridad de nuestro buen
padre no se limitó a las simples hojas; en 1851
imprimió la segunda edición de El Joven Cristiano,
con la imagen de San Luis en la portada y estas
palabras: Venid, jóvenes, ofreced al Divino
Corazón el virginal candor, que yo os protegeré. Y
añadió al final seis capítulos, en forma de
diálogo, con este título: Fundamentos de la
religión católica. Estos demostraban que no había
más que una verdadera religión: que las sectas
valdenses y protestantes no tenían los caracteres
de la Divinidad, y por tanto no se encontraba en
ellas la verdadera Iglesia de Jesucristo; que los
protestantes estaban separados de la fuente de la
vida verdadera, que es el Divino Salvador, y
convenían ellos mismos que los católicos se pueden
salvar y que se encuentran en la Iglesia
verdadera. No olvidaba un aviso sobre lo que deben
hacer los hebreos, los mahometanos y los
protestantes para salvar su alma.
En las siguientes ediciones de El Joven
Cristiano amplió don
(**Es4.176**))
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