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la noche su ya debilitado cuerpo y hacer difíciles
las pocas horas de su sueño.
Sin embargo, dudando de que alguien pudiera
haber descubierto su secreto, prestó más atención
y, a menudo, él mismo se hacía la cama, barría,
arreglaba ((**It4.215**)) su
habitación y sacudía el polvo de los pobres
muebles. José Brosio le sorprendió un día en esta
labor y don Bosco le dio una hermosísima lección a
propósito de la habitación bien puesta; pero
Brosio observó con sorpresa que solamente en
semejantes circunstancias solía tener cerrada la
puerta con llave.
Parece, sin embargo, que las mayores
austeridades las reservaba para cuando iba a pasar
algún día en casa de sus insignes bienhechores.
Allí, la amplitud de los edificios y la distancia
de su habitación hasta las de la familia que le
hospedaba, le ofrecían mayor seguridad contra toda
investigación indiscreta. Así aceptaba, a lo
mejor, la invitación de una veneranda y noble
matrona, e iba a su quinta, tranquilo y alegre,
pero he aquí que una persona de la familia,
avanzada la noche, quizá en el año 1879, al
atravesar la sala a la que daba la puerta de la
habitación de don Bosco, oyó dentro un rumor
sordo, monótono y prolongado como de golpes.
Sospechó, pero no dijo nada a nadie; vigiló y
constató que el fenómeno aquel se repetía cada vez
que don Bosco se hospedaba allí, y se convenció,
de que don Bosco imitaba a San Vicente de Paúl,
para obtener del Señor muchas gracias. Habiendo
comunicado después de algunos años todo esto a
algunos otros señores, acostumbrados a recibir a
don Bosco, supo que también ellos habían observado
lo mismo, y estaban persuadidos de que el siervo
de Dios se disciplinaba. Pero, prudentes y
corteses, ninguno de ellos hizo nunca alusión a
este descubrimiento. Guardaba celosamente algunas
de sus penitencias, ya fuera por humildad, ya
fuera porque no era éste el ejemplo que quería
dejar a los miembros de su congregación. No
acostumbraba él a recomendar estas prácticas y era
todo bondad y compasión con sus penitentes.
La misma persona anteriormente nombrada solía
aprovecharse de él para confesarse y un día le
pidió permiso para ((**It4.216**))
imponerse una penitencia corporal, como habían
hecho algunos santos, cuya biografía había leído.
Era ella de una constitución delicada y enfermiza.
Don Bosco no aprobó lo que le pedía, y ante su
insistencia para conocer la manera de aplicarse
los sufrimientos de nuestro Señor Jesucristo, le
respondió:
-íMire usted! No faltan medios. El calor, el
frío, las enfermedades,
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