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a diario, como una gran ayuda para su delicada
salud. Pero él, fiel a los propósitos de su
ordenación sacerdotal, sólo salía de casa para
visitar a un enfermo, ir a un hospital o buscar
socorros para sus hijos. Salía también en busca de
un escondite donde poner al día la correspondencia
o revisar las obras que iba publicando; trabajo
que difícilmente hubiera podido realizar en el
Oratorio, donde estaba asediado por las visitas.
Al salir, se hacía acompañar por alguno de sus
muchachos o de sus
coadjutores y hablaba de cosas útiles o
instructivas.
En los viajes, no descansaba su mente: corregía
((**It4.211**)) pruebas
de imprenta, leía y apostillaba cartas para su
respuesta, rezaba o meditaba.
<((**It4.212**)) que sus
pupilas no resistían aquellos rayos de luz tan
viva. Recordamos una noche en la que todo el
interior del Oratorio estaba artísticamente
iluminado: estuvo él más de una hora junto a la
ventana para que los muchachos le vieran,
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