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adversario, más suaves y mansas eran las de don
Bosco. <((**It4.208**)) perdón
delante de nosotros mismos, que éramos unos
muchachos>>. Cuando no podía persuadir a su
oponente, callaba del todo.
Su templanza le infundía vigor también cuando
recibía cartas injuriosas. Acostumbraba no
responder o, más frecuentemente todavía, responder
con dulzura. íCuántas veces intercambió los
insultos por favores!
Al que no sabía mantenerse en calma a la hora
de responder, le daba este recuerdo: -No escribir
palabras ofensivas: scripta manent (lo escrito,
permanece).
-Os lo recomiendo encarecidamente, decía
frecuentemente a los suyos; evitad en vuestro
hablar las formas ásperas y mordaces: compadeceos
los unos de los otros, como buenos hermanos.
Estaba un sacerdote para publicar un libro
sobre instrucción y educación y le pedía normas y
consejos.
-Te recomiendo, le respondió, una cosa: no
ofender la caridad.
Brilla su templanza en todos sus escritos, en
los que todo es calma y limpieza, sin sombra de
acritud.
Frenaba el natural apetito de ver y saber lo
que no le pertenecía. Aunque tenía un gusto
exquisito para juzgar las obras de arte, no se
dejaba seducir por la curiosidad de visitar
monumentos, palacios, pinacotecas, museos.
Doquiera se encontrase, solía llevar los ojos
clavados en el suelo, de forma que no miraba a las
personas, ni aún cuando le saludaban. Era una
mortificación costosa para él la renuncia a leer
libros que excitaban sus deseos de ciencia,
literatura o historia. Sin embargo, para atender a
las obras de caridad que la divina Providencia le
había confiado, se abstenía de ello casi siempre,
salvo que le fuera necesario. Raras veces leía o
se hacía leer periódicos, y solamente con ocasión
de noticias sobre hechos gloriosos o dolorosos
para la Iglesia Católica o ((**It4.209**)) que se
referían directamente a sus instituciones. Pedía,
sin embargo, de vez en cuando, que alguno le
contase las principales noticias del día,
especialmente en los momentos de mayores
transtornos políticos, para dirigir a los demás a
la hora de juzgar ciertos hechos públicos y para
no estar totalmente ajeno a las conversaciones, en
las que debía encontrarse por su condición. Sin
embargo se veía claramente que no padecía
curiosidad de saber. No admitía, además,
periódicos que no fueran
(**Es4.166**))
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