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((**Es4.162**) y dura, sin la menor señal de disgusto. Al mismo tiempo hablaba de cosas útiles, ajenas a la cena, con alguno de sus clérigos o sacerdotes, que le habían esperado para acompañarle a aquellas horas, y sin pensar para nada en el trabajo hecho, mientras ellos le veían tan fatigado. Hubieran deseado hacerle preparar algo mejor, pero él no tenía preferencias, el cocinero se había ido ya a dormir según sus órdenes, y el fuego de la cocina estaba apagado. Si alguno le proponía tomar un huevo pasado por agua, respondía infaliblemente: -Me basta la sopa de los muchachos, y si este plato fue suficiente para los demás, >>por qué no debe serlo para don Bosco? Y rechazaba cualquier otra cosa, pese a las largas horas de confesonario, la misa y el sermón que al día siguiente no le permitirían tomar alimento hasta las once de la mañana o el mediodía. Por la noche era el último en acostarse. Visitaba antes los dormitorios, se detenía a dar cualquier disposición para la buena marcha de la casa o una conferencia a los clérigos. Cuando quedaba solo, el pensamiento de Dios le sacaba fuera de sí y le dejaba como aturdido. Nos contaba: -Durante los años 1850-51-52, después de haber pasado todo el sábado trabajando y confesando y haberme entretenido contando cosas curiosas a los muchachos, que servían en el comedor, después de la cena, o a los clérigos después de las oraciones, subía a mi habitación hacia las once. Al llegar al mirador me paraba para contemplar los infinitos espacios del firmamento. Me orientaba por la Osa Mayor, fijaba mis ojos en la luna, después en los planetas y en las estrellas; pensaba, contemplaba la ((**It4.203**)) hermosura, la grandeza, la multitud de los astros, la lejanía sin fin que existe entre ellos, la enorme distancia hasta mí mismo; y dando la vuelta a estos pensamientos, llegaba a las nebulosas y más lejos aún. Reflexionaba en la última estrella de la última nebulosa; pensaba que cada una de los millones que forman aquel grupo podía ser como un centro desde donde se podía gozar el mismo espectáculo que se goza desde la tierra, desde cualquier parte, desde cualquier punto adonde se dirija la mirada en una noche serena y me quedaba tan impresionado que sentía vértigo. El universo me parecía una obra tan grande, tan divina que no podía resistir aquel espectáculo, y mi única escapatoria era encerrarme deprisa en mi habitación... Todos los muchachos, al llegar a este punto, estaban en suspenso, contenían la respiración, esperando qué iba a añadir don Bosco; y él, después de una breve pausa, seguía: -... y corría a esconderme bajo las sábanas. (**Es4.162**))
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