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y dura, sin la menor señal de disgusto. Al mismo
tiempo hablaba de cosas útiles, ajenas a la cena,
con alguno de sus clérigos o sacerdotes, que le
habían esperado para acompañarle a aquellas horas,
y sin pensar para nada en el trabajo hecho,
mientras ellos le veían tan fatigado. Hubieran
deseado hacerle preparar algo mejor, pero él no
tenía preferencias, el cocinero se había ido ya a
dormir según sus órdenes, y el fuego de la cocina
estaba apagado. Si alguno le proponía tomar un
huevo pasado por agua, respondía infaliblemente:
-Me basta la sopa de los muchachos, y si este
plato fue suficiente para los demás, >>por qué no
debe serlo para don Bosco?
Y rechazaba cualquier otra cosa, pese a las
largas horas de confesonario, la misa y el sermón
que al día siguiente no le permitirían tomar
alimento hasta las once de la mañana o el
mediodía.
Por la noche era el último en acostarse.
Visitaba antes los dormitorios, se detenía a dar
cualquier disposición para la buena marcha de la
casa o una conferencia a los clérigos. Cuando
quedaba solo, el pensamiento de Dios le sacaba
fuera de sí y le dejaba como aturdido. Nos
contaba:
-Durante los años 1850-51-52, después de haber
pasado todo el sábado trabajando y confesando y
haberme entretenido contando cosas curiosas a los
muchachos, que servían en el comedor, después de
la cena, o a los clérigos después de las
oraciones, subía a mi habitación hacia las once.
Al llegar al mirador me paraba para contemplar los
infinitos espacios del firmamento. Me orientaba
por la Osa Mayor, fijaba mis ojos en la luna,
después en los planetas y en las estrellas;
pensaba, contemplaba la ((**It4.203**))
hermosura, la grandeza, la multitud de los astros,
la lejanía sin fin que existe entre ellos, la
enorme distancia hasta mí mismo; y dando la vuelta
a estos pensamientos, llegaba a las nebulosas y
más lejos aún. Reflexionaba en la última estrella
de la última nebulosa; pensaba que cada una de los
millones que forman aquel grupo podía ser como un
centro desde donde se podía gozar el mismo
espectáculo que se goza desde la tierra, desde
cualquier parte, desde cualquier punto adonde se
dirija la mirada en una noche serena y me quedaba
tan impresionado que sentía vértigo. El universo
me parecía una obra tan grande, tan divina que no
podía resistir aquel espectáculo, y mi única
escapatoria era encerrarme deprisa en mi
habitación...
Todos los muchachos, al llegar a este punto,
estaban en suspenso, contenían la respiración,
esperando qué iba a añadir don Bosco; y él,
después de una breve pausa, seguía:
-... y corría a esconderme bajo las sábanas.
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