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Intentaba pasear un poco para distraerse. Mas,
al no poder tenerse en pie, llamaba a la madre.
->>Necesitas algo?, preguntábale Margarita
asomándose a la puerta.
-Me siento débil; me da vueltas la cabeza; me
encuentro algo mal.
->>Dónde has comido hoy?
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-íCuriosa pregunta! íEn casa! >>Ya se ha olvidado
usted?
-íAh!, en casa ciertamente que no; doy fe de
ello.
->>Entonces?
-Entonces no has comido: al mediodía no
estuviste en casa y hasta las dos tuve la sopa al
fuego. Creí que habías comido en otra parte.
-Ahora entiendo por qué me encuentro tan débil.
Y mamá Margarita iba riendo a arrimar el
puchero al fuego.
Nos contaba don Félix Reviglio que, siendo ya
párroco en Turín, entró un día en el Oratorio
mientras don Bosco estaba comiendo, él solo, hacia
las cinco de la tarde, después de haber trabajado
muchas horas en el escritorio. Tenía ante sí una
escudilla de estaño, comía habichuelas secas sin
condimento alguno, y toda su comida se redujo a
tan poca cosa, que el mismo Reviglio sintió una
opresión de corazón.
Por la noche acostumbraba tomar algo menos que
al mediodía, enseñando con el ejemplo lo que
recomendaba a sus muchachos, esto es, no llenar
del todo el buche en la cena. Sucedíale a menudo
que cenaba muy tarde, particularmente los sábados,
las vigilias de las fiestas y con ocasión del
ejercicio de la buena muerte. Mientras vivió su
madre, al menos estaba caliente el alimento, y
alguna rara vez, un poco más sustancioso que de
costumbre.
Un día, contaba el teólogo Ascanio Savio, como
viera Margarita al hijo tan sin fuerzas, le
preparó una sopa en la que echó un huevo. Pero él
considerando que también yo estaba muy cansado, la
partió conmigo.
Cuando faltó la madre, el cocinero no siempre
previsor, ponía aparte para él una sopa, cocida
hacía casi cuatro horas, y don Bosco se conformaba
con ella, hecha ya una pasta y, a lo mejor,
demasiado salada. El plato de hierbas fritas, de
verdura hervida, era tan poco apetitoso, como para
dejarlo. Aún recordamos cómo él, satisfecho y sin
pedir otra cosa, ((**It4.202**)) rompía
la costra de aquella pasta que se había formado al
calor del horno; empezaba a extraer debajo de
aquella corteza y después comía también ésta,
aunque estuviera fría
(**Es4.161**))
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