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-Bueno, pues venga a mi casa; duerma un poco y
luego vuelva a sus negocios.
((**It4.197**)) Aceptó
don Bosco, entró en la pequeña zapatería, sentóse
junto a la mesita del taller y durmió, desde las
dos y media hasta las cinco. Al despertarse,
quejóse al zapatero de que no le hubiera
despabilado.
-Mi querido señor, respondió el zapatero: íle
veía tan rendido, dormía tan profundamente apoyado
contra la pared! íYo le miraba con devoción,
pensando en los muchos trabajos que tiene que
haber soportado!
Sucedió otras veces que, al sentirse falto de
fuerzas, entraba en una tienda rogando al dueño le
dejara descansar un instante. Si el tendero le
conocía, inmediatamente le acercaba con gusto una
silla, porque sabía qué le pasaba. Si el tendero
no le conocía, don Bosco, interrumpiendo las
acostumbradas ofertas mercantiles, en una acto de
confianza le decía:
-Por favor, déjeme estar aquí; déme una silla
para descansar un poco.
Solía responder el dueño:
-Bueno, bueno; siéntese usted.
Apenas se sentaba, don Bosco se dormía.
Entraban y salían, mientras tanto, los
parroquianos extrañados al ver a un sacerdote
durmiendo en aquel lugar. Pero bastaban unos
minutos para reanimarle. Daba las gracias al
despedirse y:
-Perdone: >>quién es usted?, le preguntaban.
-íSoy don Bosco!
->>Y por qué no me lo dijo? >>Quiere una tacita
de café, un vaso de vino?
Y los buenos tenderos se quedaban satisfechos
de poder contar la pequeña aventura.
No bebía nunca, ni tomaba nada fuera de las
comidas, excepto en los últimos años de su vida,
en los cuales, por la gran dificultad para
digerir, tomaba, por prescripción facultativa, un
ligero vermut, antes de sentarse a la mesa; pero
sin comprarlo, sino regalado por la caritativa
familia del teólogo Carpano, y, si no se lo
servían, tampoco lo pedía. También se permitía, en
aquellos tiempos tomar un poco de manzanilla,
cuando se la ofrecían ((**It4.198**)) durante
sus largas horas de confesonario. Durante el día,
aunque cansado y deshecho por las audiencias, y
resecas las fauces por la sed, pues padecía de
inflamación en la boca, ni siquiera pedía agua, y
si por un casual su secretario don Joaquín Berto
se la llevaba compadecido, insistiéndole en que
(**Es4.158**))
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