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((**Es4.156**) poco de aceite sin refinar. Don Bosco siguió comiendo; pero aquel señor, al oler el aceite, hizo un gesto de desagrado y lo dejó todo. Los clérigos que comían con él, y que luego describieron esta escena, a duras penas contenían la risa. Como segundo plato, llegó a la mesa un poco de cardillo cocido con sal y como postre una loncha de queso fresco. El Abate no pudo tragar nada y, a salir del Oratorio, se fue derecho a casa del conde Agliano diciendo: -Por favor, dénme algo de comer porque no me tengo en pie. Y contó lo sucedido, mientras todos se reían a su gusto. El conde de Agliano conocía a don Bosco y, en el entretanto, ya había bromeado sobre la prevista desilusión del Abate, acostumbrado a la abundante cocina de su casa con selectos manjares. Así se pudo convencer, y lo dijo después en muchos lugares, de que la comida de don Bosco era poco envidiable. Otro famoso eclesiástico, y por fines diversos, pero persuadido de que algo de verdad había en lo que se decía de don Bosco, llegó al Oratorio para tratar no sé qué asuntos. Era el canónigo de la catedral César Ronzini. Al llegar la hora de comer, don Bosco le invitó. De momento el canónigo se excusó, pero después aceptó. El servicio, como siempre, modesto y pobre: cocido y berzas. Pero don Bosco, para honrar a su comensal hizo poner unos entremeses. El canónigo agradeció mucho su atención, y al despedirse dijo a su huésped: -Me habían hecho creer que en el Oratorio había una buena mesa para usted; pero ahora me persuado de que la cosa es muy distinta. Y mirándole con los ojos arrasados de lágrimas y ((**It4.195**)) estrechándole la mano repitió: -Don Bosco, estoy contento, muy contento. Más tarde, con motivo de que algunos carecían de energía física, hizo añadir algo más de carne a la comida y mejoró la cena. Era ello necesario para los que se entregaban al estudio y a los trabajos del ministerio sacerdotal, y para complacer a los que, procedentes de familias más acomodadas, deseaban formar parte de la del Oratorio. Había visto cómo algunos sacerdotes y seglares que fueron a convivir con él, después de probarlo durante varios meses, al fin, por no poderse adaptar a su método de vida, habían tenido que retirarse e inscribirse en otra orden religiosa. Sin embargo, dejó que la sopa y el pan fueran siempre lo mismo que para los muchachos asilados. Y le hemos oído muchas veces lamentarse de la abundancia de (**Es4.156**))
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