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con él. Solamente el ((**It4.190**)) primer
plato tenía carne, el segundo era de legumbres
cocidas, o bien ensalada. Si había polenta como
sopa, con algún acompañamiento, ésta servía de
plato. Don Bosco solía recomendar a los cocineros
que evitasen las viandas excitantes, y parece que
esto era por amor a la castidad.
El prefería patatas, nabos y hierbas bien
cocidas, aunque fueran insípidas, dando como razón
que eran más convenientes para su estómago; y
repetía frecuentemente la máxima: <>. De
cuando en cuando, procuraban sus clérigos
proveerle de alguna vianda más a propósito para su
delicada salud; pero, si él advertía aquella
singularidad, se molestaba y recomendaba al
Prefecto de la casa diese órdenes en la cocina
para evitar que se repitiesen semejantes
atenciones. Era admirable su indiferencia respecto
a la calidad y condimento de los alimentos. Los
más sabrosos eran los que menos le gustaban. Jamás
se le oyó lamentarse de la comida. Sucedió a veces
que alguno, después de haberse servido él la sopa,
la probara y la dejara por su repugnante sabor,
cuando él, sin hacer ningún caso, se la había
comido. Le presentaban a veces huevos u otras
comidas, medio echadas a perder y él se lo comía
todo tan tranquilamente, sin dar muestras de
haberse dado cuenta de ello. Así cumplía el
propósito tomado de nunca decir: <>. Pero, cuando la sopa era
mejor, ya fuera por el caldo, ya fuera por la
sustancia, se le veía muchas veces echar agua de
la jarra, con la excusa de que la tenía que
enfriar porque estaba ardiendo. Hasta el pan le
servía para ejercitar la mortificación y, promover
a la par, el espíritu de economía. Había
establecido una especie de compañía, llamada de
los mendrugos de pan, y cuyos socios se
propondrían servirse con preferencia de todos los
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de pan, dejados en las comidas anteriores, aún por
otros, antes de empezar un pan todavía entero. Y
don Bosco era el primero en dar ejemplo. Comía en
medida tan parca, que estábamos maravillados de
cómo podía
resistir tanto trabajo. Su alimentación bastaba
solamente para mantenerlo en pie. Preguntado por
qué se sometía a tantas privaciones, respondió con
humildad al que escribe estas memorias:
-Con tantos asuntos como tengo que resolver y
con el grande y constante trabajo de mi mente, de
no haber hecho así, mis días se hubieran acabado
pronto.
Y esta fue su usanza mientras vivió. Más aún,
frecuentemente se sometía a abstinencias
extraordinarias.
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