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El aceptó de buena gana, y predicó en Santa María
la Nueva, en San Carlos, San Luis y San Eustorgio,
como asegura don Luis Rocca por haber oído hablar
de ello a sus parientes y paisanos milaneses. En
alguna de aquellas iglesias no predicaba más que
una sola vez al día, pero en otras hasta cinco
sermones diarios.
Mientras predicaba un triduo a San Roque, fue
invitado por los padres Barnabitas, a algunos de
los cuales había conocido en Moncalieri, ((**It4.180**)) a
predicar unos Ejercicios Espirituales en Monza.
Había entonces entre Milán y Monza el único
ferrocarril que existía por tierras lombardas. Don
Bosco salía de Milán a las diez y media de la
mañana, predicaba en Monza, y a la una de la tarde
estaba de vuelta en Milán para el triduo de San
Roque. Eran muchísimos los que acudían a
confesarse.
Un día, mientras don Bosco se dirigía a su
confesonario asediado de penitentes, un mocetón le
agarró por la sotana, le arrimó a un banco en
medio de la iglesia, un poco oscura por tener
bajadas las cortinas, y le dijo:
-íConfiéseme aquí!
Don Bosco se sentó, se arrodilló el joven y se
confesó. Terminada la confesión, dijo el mozo:
-Usted confiesa igual, con las mismas palabras
que cierto cura con el cual me confesaba yo en
Turín hace años.
->>Y si fuera el mismo?, respondió don Bosco.
-íUsted es don Bosco!, exclamó el joven
mirándole a la cara.
-íPrecisamente!, replicó el buen sacerdote.
Rompió en llanto el mozarrón, víctima de la
ternura y la alegría que experimentaba en aquel
instante.
Con su predicación no sólo no incurrió don
Bosco en ningún peligro, sino que, en varios
lugares, se encontró con soldados y oficiales
austríacos los cuales le miraban con satisfacción.
Tanto más cuanto que él aprovechaba el poco
alemán, aprendido en 1846, para inspirarles algún
buen sentimiento.
Mientras tanto, siguiendo su buen ejemplo, hubo
otros sacerdotes que se lanzaron a predicar, y el
Arzobispo le agradeció más tarde su labor.
Dieciocho días duró la predicación. Don Bosco
volvió a Turín pasando por Magenta y Novara. Según
su costumbre, confesó al conductor del carruaje y,
en la ((**It4.181**)) venta
de parada, a un mozo de cuadra de la caballeriza.
Con los hosteleros se sucedieron las mismas
graciosas escenas: tuvieron sermones e
invitaciones a pensar seriamente en el alma.
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