Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es4.143**) espiaban y conocían casi todos los planes e intrigas de los conjurados y redoblaban la vigilancia. De cuando en cuando llegaban los arrestos y gravísimas condenas por delitos de lesa majestad, que amedrentaban a los ciudadanos. La policía austríaca estaba ojo avizor, hasta sobre el clero y predicadores, porque temía que desde los púlpitos se hicieran llamadas a la insurrección acabada de domar. Los párrocos, por miedo al Gobierno, no se atrevían a empezar las misiones de preparación para ganar el Jubileo; las numerosas reuniones en las iglesias hubieran podido apoyar efervescencias políticas o provocar sospechas, prohibiciones y represiones. Los oradores sagrados no osaban subir al púlpito, por miedo a que una frase pudiera ser mal interpretada. En tan críticas circunstancias se alojaba don Bosco ((**It4.176**)) en casa de don Serafín Allievi y don Blas Verri, y anunciaba al párroco de San Simpliciano que empezaría enseguida la predicación del Jubileo en su iglesia. Pero el párroco, quizá por sugestión de tímidos consejeros, había cambiado de parecer: observó que era muy distinto predicar en el interior y como en privado, en el Oratorio de San Luis, a predicar a una gran muchedumbre en una iglesia pública, y declaró que, de ningún modo, permitiría empezar la misión si hablar antes con el Arzobispo. -De eso me ocupo yo, respondió don Bosco. Y sin más, se presentó a monseñor Romilli, para pedirle permiso. El Prelado, que era bien visto por la Corte de Viena, no se lo negó, aunque primero, intentó disuadirle. Mas al verle tan animado y sin miedo, le dijo: -Señor Abate, no tengo nada en contra; pero predique bajo su responsabilidad. Si pasa algo, yo no sé nada. Recuerde que vivimos tiempos peligrosos. -Yo predicaré, respondió don Bosco, como se acostumbraba hace quinientos años. -Es usted libre, le repito, concluyó el Arzobispo. Si se siente con ánimos vaya y predique. Yo no se lo mando, ni se lo aconsejo, pero se lo permito de buen grado. Recuerde, sin embargo, que por mucha prudencia que use, nunca será demasiada. Y don Bosco empezó a predicar en San Simpliciano. Desde el primer sermón acudió un gran gentío, lleno de curiosidad y ansia difícil de describir. Parecía imposible la indiferencia política en medio de aquella fiebre revolucionaria. Se esperaba una cosa y era otra muy distinta. El predicaba ni más ni menos que como lo habría hecho (**Es4.143**))
<Anterior: 4. 142><Siguiente: 4. 144>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com