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en Turín. Don Bosco llamó ((**It4.167**))
enseguida a su confidente José Buzzetti, que era
un joven circunspecto a toda prueba. Había
trabajado hasta 1849 de albañil y, ahora a la par
que estudiaba, ayudaba en todo a mamá Margarita en
los quehaceres de la casa y en las atenciones de
la enfermería. El guardaba el dinero para los
gastos, y una vez que don Bosco le daba un escudo,
sin acordarse de que ya se lo había dado antes,
oyó que le dijo:
->>Quiere dármelo dos veces?
Su fidelidad era proverbial. Así que don Bosco
le hizo sacar dos copias de aquellos papeles
fatales, ordenóle que quemara una de ellas y que
guardara la otra él mismo escondida con los
originales y sin decir al mismo don Bosco dónde la
había guardado. Necesitaba diferir la cosa para
pedir consejo a sus Superiores. Había pensado que
era mejor consignar a la Curia aquella copia, que
obrar de otro modo para no provocar odios y
violencias contra ella en tiempos tan procelosos.
Mientras tanto, algunos sectarios, enviados por
sus jefes, acudieron a casa del difunto, apenas
expiró, para adueñarse de aquellos delicados
documentos; pero habiéndolos buscado inútilmente,
enseguida imaginaron en qué manos podían estar.
Aquel mismo día se presentaron a don Bosco dos
señores y, primero muy cortésmente, después
imperiosamente, le pidieron aquellos papeles. Don
Bosco buscó cómo defenderse, encontró pretextos y
afirmó haber visto los papeles que ellos pedían,
pero que no sabía en aquel momento dónde podían
estar guardados. Como llegaron otras personas
acabó por despedirlos; y ellos partieron
barbotando.
Don Bosco se apresuró a pedir instrucciones a
la Curia. Y, como él preveía, los dos señores
volvieron pocas horas más tarde con tono
amenazador. Don Bosco respondía que no sabía qué
derechos podían tener sobre unos papeles, que le
habían sido confiados por un amigo, y que, por
tanto, no se creía ((**It4.168**))
autorizado para violar semejante secreto. Por otra
parte afirmaba que aquellos papeles carecían de
importancia, pues no contenían más que unos
nombres.
Aquellos señores se calmaron, al ver que don
Bosco no demostraba tener mucho interés, y
pasaron, con buenas formas, a la súplica,
demostrando que si aquellos nombres fueran
revelados podrían deshonrar y causar algún
perjuicio a los individuos y a sus familias.
Don Bosco se dejó persuadir y les entregó los
papeles auténticos. Aprovechó sus propias palabras
para argumentar y demostrarles el mal camino en
que se habían puesto, los peligros que en él había
para su alma, y para la misma sociedad civil.
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