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->>Cómo? >>También hay esperanza para éste?
->>Y por qué no?
Y le demostraba con pocas, pero persuasivas
palabras, cómo Dios está dispuesto a perdonar los
pecados, por muchos y graves que sean, a quien se
arrepiente de corazón, y que la mayor ofensa que
se le puede hacer es la de dudar de su
misericordia.
Aquel señor permaneció absorto en sus
pensamientos durante un rato, después le tomó de
la mano y le dijo:
-Si es así, ítenga la bondad de confesarme!
Don Bosco le preparó, le confesó y el enfermo,
apenas hubo recibido la absolución, anegado en
llanto, prorrumpió en ((**It4.166**))
exclamaciones de alegría, afirmando que en toda su
vida no había gozado de tanta paz, como en aquel
momento. Al mismo tiempo se sometía de buen grado
a todas las prescripciones de la Iglesia. Fue
avisado en tanto el enfermo de que habían llegado
dos señores de rostro ceñudo, y que esperaban a la
puerta. Eran dos miembros de la logia. Ordenó el
enfermo que pasaran a la estancia, y apenas
aparecieron, les gritó:
-Fuera enseguida; fuera de mi casa.
-Está bien, le respondieron; nuestros pactos
son...
Sacó entonces el enfermo de la mesita de noche
una de las pistolas y enseñándosela, replicó:
-Estaba preparada para los curas, pero ahora
está destinada para vosotros, si no os marcháis.
íNi una palabra más!
-Si es así, nos vamos, respondieron aquéllos,
lanzando una mirada amenazadora al sacerdote.
Y se alejaron.
A la mañana siguiente le llevaron el Santo
Viático; pero antes de comulgar, llamó a su
habitación a todos los de casa y pidió
públicamente perdón del escándalo que les había
dado. Después de recibir el Viático, mejoró mucho.
Vivió todavía dos o tres meses, que él dedicó a la
oración, a pedir frecuentemente perdón por sus
escándalos, a quienes le visitaban, y a recibir
varias veces a Jesús Sacramentado, con lo que
edificó al vecindario.
Pero esta conversión ponía a don Bosco en un
molesto apuro. Aquel señor le había consignado,
poco antes de morir, los diplomas e insignias de
sus grados en la secta y unos papeles, con las
listas de los cómplices, que tenía celosamente
guardados. Don Bosco las leyó y quedó estupefacto
ante aquellos nombres. Había personas que
aparecían ante el mundo como buenos católicos y
que más tarde jugaron papeles importantes en las
revoluciones italianas. Entre ellos, algunos
eclesiásticos extradiocesanos, llegados para
establecer su domicilio
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