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cada día; y agradeciéndoselo, expiró con el ósculo
del Señor.
En otra ocasión fue al Oratorio una distinguida
señora en busca de don Bosco, rogándole
encarecidamente fuese a visitar a un sujeto
gravemente enfermo y al final de la vida. Se
trataba de un personaje mezclado con la política,
de muchos grados dentro de las sectas. Había
rechazado decididamente al sacerdote, asegurando
que saldría mal de allí, si alguno intentase
acercarse a su lecho. A duras penas permitió que
invitasen a don Bosco. Y don Bosco, confiando en
Dios y en la protección de la Santísima Virgen,
fue allí. Apenas entró en la habitación y entornó
la puerta, aquel señor, recogiendo las fuerzas que
aún le quedaban, díjole bruscamente:
-He cedido a las suplicantes instancias de una
persona a la que quiero; pero >>viene usted como
amigo o como cura? No me gustan las farsas, no soy
amigo de comedias. íAy de usted, si me nombra la
confesión!
Y, así diciendo, empuñó dos pistolas, que tenía
colocadas una a cada lado de la almohada. Apuntó
al pecho de don Bosco y exclamó:
-Recuérdelo bien, apenas nombre la confesión,
el primer tiro de esta pistola será para usted y
el de esta otra para mí: porque a mí no me quedan
más que unos pocos días de vida.
((**It4.165**)) Don
Bosco le respondió con calma y sonriente que
estuviese tranquilo, porque no le hablaría nunca
de confesión, sin su permiso. Preguntóle, a
continuación, por su enfermedad, qué decían los
médicos y qué tratamiento habían prescrito.
Era tan amable su hablar, tan interesante y
consolador, que no se cansaba su oyente, ablandaba
los corazones más duros y despertaba en ellos
simpatía y confianza con su persona. Con los
hombres más cultivados empleaba un método con el
que muchas veces alcanzó su intento. Se refería a
cualquier hecho contemporáneo interesante, lo
comparaba con otro hecho histórico anterior, y lo
elegía de forma que coincidiese con la vida de
algún impío famoso, conocido por sus hechos o por
sus escritos. Su arte estaba en hacer que le
preguntasen. Al describir la muerte de aquel
personaje, que según todas las apariencias, había
muerto impenitente, concluía:
-Dicen algunos, al llegar a este punto de su
historia, que se ha condenado; yo no lo digo, o al
menos, no me atrevo a decirlo, porque sé que la
misericordia de Dios es infinita y no descubre sus
secretos a los hombres.
Y así se ingeniaba don Bosco con aquel enfermo,
que sorprendido y conmovido le interrumpió:
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