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((**Es4.135**) cada día; y agradeciéndoselo, expiró con el ósculo del Señor. En otra ocasión fue al Oratorio una distinguida señora en busca de don Bosco, rogándole encarecidamente fuese a visitar a un sujeto gravemente enfermo y al final de la vida. Se trataba de un personaje mezclado con la política, de muchos grados dentro de las sectas. Había rechazado decididamente al sacerdote, asegurando que saldría mal de allí, si alguno intentase acercarse a su lecho. A duras penas permitió que invitasen a don Bosco. Y don Bosco, confiando en Dios y en la protección de la Santísima Virgen, fue allí. Apenas entró en la habitación y entornó la puerta, aquel señor, recogiendo las fuerzas que aún le quedaban, díjole bruscamente: -He cedido a las suplicantes instancias de una persona a la que quiero; pero >>viene usted como amigo o como cura? No me gustan las farsas, no soy amigo de comedias. íAy de usted, si me nombra la confesión! Y, así diciendo, empuñó dos pistolas, que tenía colocadas una a cada lado de la almohada. Apuntó al pecho de don Bosco y exclamó: -Recuérdelo bien, apenas nombre la confesión, el primer tiro de esta pistola será para usted y el de esta otra para mí: porque a mí no me quedan más que unos pocos días de vida. ((**It4.165**)) Don Bosco le respondió con calma y sonriente que estuviese tranquilo, porque no le hablaría nunca de confesión, sin su permiso. Preguntóle, a continuación, por su enfermedad, qué decían los médicos y qué tratamiento habían prescrito. Era tan amable su hablar, tan interesante y consolador, que no se cansaba su oyente, ablandaba los corazones más duros y despertaba en ellos simpatía y confianza con su persona. Con los hombres más cultivados empleaba un método con el que muchas veces alcanzó su intento. Se refería a cualquier hecho contemporáneo interesante, lo comparaba con otro hecho histórico anterior, y lo elegía de forma que coincidiese con la vida de algún impío famoso, conocido por sus hechos o por sus escritos. Su arte estaba en hacer que le preguntasen. Al describir la muerte de aquel personaje, que según todas las apariencias, había muerto impenitente, concluía: -Dicen algunos, al llegar a este punto de su historia, que se ha condenado; yo no lo digo, o al menos, no me atrevo a decirlo, porque sé que la misericordia de Dios es infinita y no descubre sus secretos a los hombres. Y así se ingeniaba don Bosco con aquel enfermo, que sorprendido y conmovido le interrumpió: (**Es4.135**))
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