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-Con mucho gusto; >>y qué quiere que pidamos al
Señor?
-Que me cure.
-Siento decírselo; >>y si estuviera decretado
ya allá arriba, que usted debe pasar a la
eternidad?
->>Cómo sabe usted eso? Todos los médicos dicen
que voy mejor, que me anime, que pronto estaré
curado.
-También yo le animo, replicó don Bosco
amablemente; pero está establecido así: usted no
curará. Yo no puedo alcanzar nada para su
curación; pero puedo darle la bendición, y lo que
yo pediré será que el Señor le conceda tiempo para
ajustar las cuentas de su conciencia, poner en
gracia de Dios su alma y tener una buena muerte.
Estas palabras, sin embargo, no hicieron gran
efecto; el enfermo se quedó casi indiferente. Pero
recibió la bendición y, antes de que don Bosco le
dejase, con cierta ilusión, le dijo:
-Vuelva a verme, >>sabe?
Hacía cuatro o cinco horas que don Bosco había
vuelto al Oratorio, cuando llegó en su busca un
criado, llamándole de ((**It4.161**)) parte
del enfermo y diciendo que el abogado insistía en
que fuera a verle de nuevo. Casi era de noche; don
Bosco fue. Apenas le vio el abogado, le dijo muy
contento:
-íAh!, tenía muchas ganas de que volviera otra
vez. Esta mañana me ha divertido y me ha hecho
reír.
-Pues lo de esta mañana no es nada; esta noche
quiero hacerle reír más. Dígame: yo sé que en su
casa hacen buen café y, si me lo da, tomaría con
mucho gusto una taza.
-Es un gran honor el que me hace.
Y llamó inmediatamente al personal de servicio:
-Pronto, pronto, una tacita de café para don
Bosco.
Y aunque aquella bebida más le fastidiaba que
le convenía, don Bosco la tomó; después dijo a los
de la casa:
-Pueden retirarse, queremos charlar nosotros
dos.
Ya a solas con el enfermo, se sentó y empezó a
darle la bendición, diciendo: Dominus sit in corde
tuo... (El Señor esté en tu corazón...). Pero el
abogado no entendía ni se santiguaba... y
preguntó:
->>Qué hace usted?
-Nada; haga usted la señal de la cruz.
->>Por qué?
-No pregunte por qué, haga lo que le digo.
->>Acaso quiere confesarme?
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