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Y él replicó:
-Aquí estoy. Y añadió riendo: Míreme bien:
>>tengo cara de hombre honrado?
Respondió el enfermo:
-Vaya, no está mal, no está mal.
->>Y cómo es eso, que un hombre tan fuerte y
valiente como usted esté ahora en la cama?
-Hubo un tiempo en que podía hacer mi voluntad:
ahora hay que ceder...; pero, siéntese.
-No se preocupe; si no le molesta, yo estaré de
pie.
-De ningún modo, siéntese; sufro al verle de
pie.
Don Bosco, entonces, se sentó junto al enfermo
y empezó a charlar con él sin tocar para nada la
confesión. La conversación fue variadísima; allí
salieron todas las cuestiones: política, leyes,
medicina, milicia, filosofía, etc. Don Bosco le
seguía, y supo corresponderle tan perfectamente,
que el abogado, estupefacto, dijo al fin:
-Parece usted una enciclopedia.
Habían pasado tres cuartos de hora y don Bosco
quería despedirse; levantóse, intentó saludar al
enfermo, pero éste dijo:
->>Ya se quiere marchar? Quédese un rato, si no
le es molesto.
Y don Bosco:
-Ya es hora de que vuelva a casa para algunos
asuntos; no puedo quedarme más.
-Sí, quédese todavía un poco más.
-No, no, tengo que marcharme; pero, si usted
quiere, volveré a verle.
-Bueno, vuelva otra vez.
Mientras tanto había tomado entre sus manos las
de don Bosco y las sostenía apretadas.
((**It4.160**)) Animóle
don Bosco y de nuevo le saludó, como quien va a
partir.
Aquel señor, sin responder palabra, seguía
entreteniéndole y mirándole fijamente a la cara.
Entonces don Bosco, sonriendo, le dijo:
-Yo sé lo que usted quiere.
->>Qué quiero? >>Será posible? íVeámoslo!
-Usted quiere que yo le dé mi bendición.
Y entonces, maravillado, exclamó el abogado:
-íEso es! Pero, >>cómo es posible que usted lo
sepa? Hace treinta y cinco años que aborrezco a
los curas y a la religión; es ésta la primera vez
que pasa por mi mente este pensamiento, y don
Bosco me lo adivina enseguida. Démela, pues.
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