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Pero estábamos en las mismas: todo se gastaba
para los muchachos.
Una bienhechora le regaló una hermosa mantilla
de seda muy larga. ((**It4.153**)) Después
de examinarla atentamente, dijo Margarita a la
hermana de don Francisco Giacomelli:
->>Para qué podría servir esto tan elegante?
>>Una pobre campesina como yo, vestida de seda?
íNo quiero que nadie se burle de mí!
Y tomó las tijeras, descosió la mantilla y
cortó unos justillos para los muchachos asilados.
Cuando llegó el momento en que don Bosco tuvo
en casa algunos clérigos y sacerdotes, en atención
a ellos, debió añadir un plato de carne a la
comida. Habría podido ella comer igual que los
Superiores, que también le hubiera llegado. Sin
embargo no comía más que la polenta fría, con un
pimiento, una cebolla y algunos rabanitos, sin más
condimento que la sal; y estaba la mar de
contenta.
-Los pobrecitos, exclamaba a menudo, no siempre
tienen qué comer, mientras a mí no me falta; por
consiguiente, puedo llamarme señora.
A lo mejor llegaba al Oratorio un gran
personaje, como un obispo, un párroco, y se
acercaba a ella presentándole una tabaquera de
alto precio y le invitaba a tomar un poquito de
rapé.
Margarita lo rechazaba siempre, agradeciendo el
gesto.
-Pero, >>no le parece que, teniendo que estar
siempre sentada y ocupada, esto le podría aliviar?
-íSeñor, tengo que comprar calcetines para los
muchachos!
-íPues yo le regalo esta tabaquera!
-Su Señoría es demasiado bueno, pero usted sabe
que cuestan mucho las costumbres... y nosotros
somos pobres.
Sin embargo, aunque reinaba la pobreza en la
casa, ella era de una justicia rigurosa para dar a
cada cual lo que por derecho le correspondía, y el
corazón de aquella mujer estaba lleno de delicadas
atenciones con todos en cualquier ocasión.
Un día, fue de compras con la jovencita
Giacomelli. Llegaron hasta una tienda frente a la
iglesia del Corpus Christi, para proveerse de
agujas, hilo y botones. Pagaron y volvieron a casa
con sus ((**It4.154**))
compras. Repasando las cuentas, por el camino,
encontró una diferencia de tres o cuatro liras en
perjuicio del tendero. Perdió la calma y, al
entrar en casa, dijo a la Giacomelli:
-Vuelve enseguida a la tienda, a ver si de
veras se han equivocado; pero cuida de llamar
aparte al dependiente que nos ha atendido y habla
con él de forma que no le llame la atención al
amo.
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