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((**Es4.126**) Pero estábamos en las mismas: todo se gastaba para los muchachos. Una bienhechora le regaló una hermosa mantilla de seda muy larga. ((**It4.153**)) Después de examinarla atentamente, dijo Margarita a la hermana de don Francisco Giacomelli: ->>Para qué podría servir esto tan elegante? >>Una pobre campesina como yo, vestida de seda? íNo quiero que nadie se burle de mí! Y tomó las tijeras, descosió la mantilla y cortó unos justillos para los muchachos asilados. Cuando llegó el momento en que don Bosco tuvo en casa algunos clérigos y sacerdotes, en atención a ellos, debió añadir un plato de carne a la comida. Habría podido ella comer igual que los Superiores, que también le hubiera llegado. Sin embargo no comía más que la polenta fría, con un pimiento, una cebolla y algunos rabanitos, sin más condimento que la sal; y estaba la mar de contenta. -Los pobrecitos, exclamaba a menudo, no siempre tienen qué comer, mientras a mí no me falta; por consiguiente, puedo llamarme señora. A lo mejor llegaba al Oratorio un gran personaje, como un obispo, un párroco, y se acercaba a ella presentándole una tabaquera de alto precio y le invitaba a tomar un poquito de rapé. Margarita lo rechazaba siempre, agradeciendo el gesto. -Pero, >>no le parece que, teniendo que estar siempre sentada y ocupada, esto le podría aliviar? -íSeñor, tengo que comprar calcetines para los muchachos! -íPues yo le regalo esta tabaquera! -Su Señoría es demasiado bueno, pero usted sabe que cuestan mucho las costumbres... y nosotros somos pobres. Sin embargo, aunque reinaba la pobreza en la casa, ella era de una justicia rigurosa para dar a cada cual lo que por derecho le correspondía, y el corazón de aquella mujer estaba lleno de delicadas atenciones con todos en cualquier ocasión. Un día, fue de compras con la jovencita Giacomelli. Llegaron hasta una tienda frente a la iglesia del Corpus Christi, para proveerse de agujas, hilo y botones. Pagaron y volvieron a casa con sus ((**It4.154**)) compras. Repasando las cuentas, por el camino, encontró una diferencia de tres o cuatro liras en perjuicio del tendero. Perdió la calma y, al entrar en casa, dijo a la Giacomelli: -Vuelve enseguida a la tienda, a ver si de veras se han equivocado; pero cuida de llamar aparte al dependiente que nos ha atendido y habla con él de forma que no le llame la atención al amo. (**Es4.126**))
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