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su caridad; pero, >>cómo? Manifestaba con palabras
todo su corazón, lamentándose de la imposibilidad
en que se encontraba para cumplir este deber, y
buscaba con sus simpáticas maneras hacer de modo
que todo fuera de su agrado. Cuando le parecía
que, por el frío o por el calor, sus visitantes
necesitaban un alivio, inmediatamente proponía:
->>Les apetecería una taza de café?
Aquellos señores se lo agradecían, diciendo que
no lo necesitaban o que ya lo habían tomado. Pero
ella insistía tan cordialmente, con un que sí, que
sí, tan suplicante y premuroso, que ellos
aceptaban, y ella, la mar de satisfecha, corría a
prepararlo.
Si llegaba algún párroco hacia el mediodía, no
encontraba cortesía más agradable que la de
invitarle a comer. E iba repitiendo amablemente:
-Si me hubieran avisado de su llegada, si yo lo
hubiera sabido antes, habría preparado algo mejor;
pero, quédese: será un placer para mi hijo.
Aquellos buenos sacerdotes, solamente por darle
gusto y por entretenerse a sus anchas con don
Bosco, aceptaban la invitación. Pero, los que eran
de la ciudad volvían luego a comer a su casa y los
que eran forasteros buscaban, luego, una fonda
donde refocilarse. En aquellos tiempos no se
servía en el Oratorio más que lo justo para un
ermitaño. Sin embargo, Margarita sabía espabilarse
para presentar alguna sorpresa agradable a los que
ella consideraba, y lo eran, ((**It4.151**)) los
ángeles de la Providencia. Cuando le llevaban del
pueblo fruta temprana o poco corriente, o cuando
José le traía una liebre o una ave de valor,
estaba satisfecha y enviaba inmediatamente su
regalo a aquellas familias, a las que profesaba
tanto afecto.
Pero mantenía sobre todo la promesa que
frecuentemente hacía a los bienhechores:
-Rogaré por ustedes al Señor: que El se lo
pague y les conceda toda suerte de prosperidades,
como ustedes se merecen.
Estas delicadas atenciones no cambiaron en nada
sus ideas y sus costumbres. Inspirada en el amor a
la vida de privaciones, soportada por Nuestro
Señor Jesucristo, repetía a menudo: Pobre nací,
pobre quiero vivir y morir.
De vez en cuando, solía devolver las visitas e
ir a las casas de los bienhechores, donde era
recibida con gran alegría. A pesar de ello nunca
quiso cambiar su indumentaria campesina, ni
permitió que se empleasen en ella tejidos o
lienzos de algún valor.
-Saben muy bien esos señores que yo soy pobre,
exclamaba, y, por consiguiente, perdonarán la
ordinariez de mis vestidos.
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