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les resultaba muy agradable sentarse sobre un poyo
a cielo descubierto, aguantando el sol o la
lluvia.
Llamaban, pues, a la puerta de Margarita:
-Mamá, >>se puede?
La buena mujer, sentada en medio de unas pocas
sillas, sobre las cuales amontonaba las pobres y
gastadas prendas de los muchachos, para remendar,
respondía sonriente:
-Pasen, pasen, señores; ((**It4.149**)) que
Dios les bendiga.
Y, desocupando las sillas, se las presentaba a
ellos invitándoles a sentarse. Eran personas
ricas, distinguidas, dotadas de saber, conocidas
por su fama en toda la ciudad; pero ella no se
apuraba, no perdía su habitual desenvoltura; más
aún, solía decir con toda sencillez:
-Si me lo permiten, termino tres avemarías, que
he empezado y estoy con ustedes.
-íEs usted muy dueña!, respondían sonriendo,
puesto que habían entrado a propósito para
disfrutar de su sencillez.
Margarita acababa tranquilamente su oración.
Empezaban después la conversación; pero si ésta
languidecía, ella seguía en voz baja sus
oraciones.
Aquellos señores pasaban a veces con ella horas
enteras, haciéndole preguntas para que hablase. Se
gozaban infinitamente con sus respuestas, sus
pensamientos y los refranes a propósito que
brotaban constantemente de sus labios. Por la
familiaridad que con ella tenían, hasta le
proponían cuestiones de moral, de historia, de
política. Margarita conservaba siempre una
perfecta y serena tranquilidad. No se apuraba, ni
se impacientaba o avergonzaba. Sus respuestas no
eran necias, presuntuosas ni ligeras. El buen
sentido y el catecismo eran su mejor ayuda; un
chascarrillo o un refrán sobre su propia
ignorancia, el relato de un hecho o de algo visto
u oído narrar, o que le había sucedido a ella
misma, le daban pie para escapar de las preguntas
que no entendía.
Sus nobles visitantes se reían placenteramente,
porque, de propósito presentaban aquellos temas,
por el gusto de admirar la manera de cómo se
defendía una vulgar campesina que hasta entonces,
puede decirse, era la primera vez que salía de su
aldea. También Margarita reía a gusto.
((**It4.150**)) Es de
advertir que la buena mujer sabía mantenerse
siempre igual en todas las circunstancias, lo
mismo si era objeto de burlas, que si era
provocada con palabras poco reverentes, o
contrariada en sus intenciones.
Tenía un agradecimiento vivísimo e inmutable en
favor de los bienhechores de la casa y de su hijo.
Hubiera querido poderles pagar
(**Es4.123**))
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