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((**Es4.123**) les resultaba muy agradable sentarse sobre un poyo a cielo descubierto, aguantando el sol o la lluvia. Llamaban, pues, a la puerta de Margarita: -Mamá, >>se puede? La buena mujer, sentada en medio de unas pocas sillas, sobre las cuales amontonaba las pobres y gastadas prendas de los muchachos, para remendar, respondía sonriente: -Pasen, pasen, señores; ((**It4.149**)) que Dios les bendiga. Y, desocupando las sillas, se las presentaba a ellos invitándoles a sentarse. Eran personas ricas, distinguidas, dotadas de saber, conocidas por su fama en toda la ciudad; pero ella no se apuraba, no perdía su habitual desenvoltura; más aún, solía decir con toda sencillez: -Si me lo permiten, termino tres avemarías, que he empezado y estoy con ustedes. -íEs usted muy dueña!, respondían sonriendo, puesto que habían entrado a propósito para disfrutar de su sencillez. Margarita acababa tranquilamente su oración. Empezaban después la conversación; pero si ésta languidecía, ella seguía en voz baja sus oraciones. Aquellos señores pasaban a veces con ella horas enteras, haciéndole preguntas para que hablase. Se gozaban infinitamente con sus respuestas, sus pensamientos y los refranes a propósito que brotaban constantemente de sus labios. Por la familiaridad que con ella tenían, hasta le proponían cuestiones de moral, de historia, de política. Margarita conservaba siempre una perfecta y serena tranquilidad. No se apuraba, ni se impacientaba o avergonzaba. Sus respuestas no eran necias, presuntuosas ni ligeras. El buen sentido y el catecismo eran su mejor ayuda; un chascarrillo o un refrán sobre su propia ignorancia, el relato de un hecho o de algo visto u oído narrar, o que le había sucedido a ella misma, le daban pie para escapar de las preguntas que no entendía. Sus nobles visitantes se reían placenteramente, porque, de propósito presentaban aquellos temas, por el gusto de admirar la manera de cómo se defendía una vulgar campesina que hasta entonces, puede decirse, era la primera vez que salía de su aldea. También Margarita reía a gusto. ((**It4.150**)) Es de advertir que la buena mujer sabía mantenerse siempre igual en todas las circunstancias, lo mismo si era objeto de burlas, que si era provocada con palabras poco reverentes, o contrariada en sus intenciones. Tenía un agradecimiento vivísimo e inmutable en favor de los bienhechores de la casa y de su hijo. Hubiera querido poderles pagar (**Es4.123**))
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