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((**Es4.12**)((**It4.1**)) CAPITULO I REBELION Y FIDELIDAD MAQUINABAN los corifeos de las sectas establecer un Estado, que dejara de gobernar en nombre de Dios y no redactara leyes de acuerdo con su voluntad, sino en nombre del pueblo y según el voluble querer del mismo, leyes que ellos se industriarían en formular con sus maniobras. Querían destruir poco a poco lo que hasta entonces habían predicado hipócritamente que se debía respetar, pero de modo que los pueblos no lo advirtieran, o solamente cuando ya estuvieran preparados por la corrupción de las costumbres y los errores imbuidos en su mente a través de periódicos, libros, obras teatrales, escuelas y reuniones políticas. Para este fin predicaban la necesidad de la independencia nacional, y se hacían apóstoles de la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión y de prensa. Era la libertad que San Pedro llamaba: Velamen habentes malitiae libertatem (como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad) 1, esto es, en el fondo, la guerra contra todo lo que, de lejos o de cerca, recuerda ((**It4.2**)) a la soberbia humana que hay un solo Dios, a quien se debe absoluta obediencia. Y por ello los legisladores sectarios han proclamado y siguen proclamando: Nosotros somos la ley y no hay nadie por encima de la ley, ni Dios, ni Iglesia. Consideraron a la Iglesia católica como una simple sociedad privada, sin valor, sin derechos, sin intereses en la vida civil, separada del Estado y, lo que es todavía peor, enemiga a la que incesantemente había que combatir. Rex sum ego! (íyo soy Rey!), proclamó Jesucristo: pero ellos le responden: Nolumus hunc regnare super nos (no queremos que éste reine sobre nosotros). 1 I Pedro, 2, 16.(**Es4.12**))
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