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pero, viendo que no lograba nada porque el
pendenciero y borracho joven buscaba un pretexto
para llegar a las manos, se retiró y se quedó
observándole a respetable distancia. El pobre loco
no tardó en caer en manos de la justicia: don
Bosco, llamado a deponer en su contra, le alcanzó
el perdón y la remisión de la pena; sólo recomendó
al tribunal que protegiese su persona y el
Oratorio: lo que se llevó a efecto alejando a
aquel individuo de Turín, reconocido como un
sujeto peligroso. Esto lo supo don Miguel Rúa de
labios de quien acompañó a don Bosco al tribunal.
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