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los tan sin seso de antes, que se acercaban a
comulgar con las manos juntas y con gran
recogimiento. Brillaba la fe en sus ojos, y don
Bosco les distribuía la comunión con alegría de
cielo.
Terminada la misa, subía don Bosco al púlpito,
y los muchachos le escuchaban con gran atención y
deleite. Aquel año empezó a contar la Historia
Sagrada. Más tarde, cuando la terminó, pasó a
exponer la Historia de la Iglesia y después la
vida de los Papas.
Todos comprendían sus narraciones y
comentarios; solía preguntar al final, a algunos
del público, y éstos no sólo repetían lo dicho,
sino que, además, respondían a las graciosas e
interesantes preguntas que les hacía. Tal nos lo
refería monseñor Juan Bta. Bertagna, seminarista a
la sazón, que iba a Valdocco a enseñar catecismo.
Hemos dicho que don Bosco quería que, después
del sermón de la mañana, se cantara la jaculatoria
Sean por siempre alabados los nombres de Jesús y
María. Con ello intentaba desagraviar al Señor de
tantas blasfemias como se oían por el mundo. A
veces la entonaba él mismo desde el púlpito sin
aguardar a que empezase el maestro de canto.
Terminada la jaculatoria, los muchachos salían de
la iglesia cantando el himno Luis, rey de los
jóvenes.1
Después, la mayor parte iba a casa a desayunar.
Algunos de los que se quedaban, siempre dentro de
los posibles y de sus necesidades, según hemos
dicho, acudían a clase; se daba repaso de
gramática y del sistema métrico a algún
estudiante. El mismo don Bosco se ocupaba de ello
o se lo encargaba a uno o dos amigos suyos, como
nos lo aseguraba don Juan Giacomelli. Finalmente,
1Luis, rey de los
jóvenes
del coro angelical,
suavísimo ideal
de tus devotos,
acoge con amor
el juvenil ardor
de nuestros votos.
De tu razón clarísima
la aurora al despuntar,
sabías ya rezar
con fe asombrosa;
haz que en mi corazón
florezca la oración
como una rosa.
(N. del T.: Tomado
del El Joven Cristiano)(**Es3.97**))
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