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((**Es3.78**) que acudieran a su Oratorio no sólo los más ignorantes para instruírlos, sino también los que no eran buenos para convertirlos, con tal de que no escandalizaran a los buenos: quería que éstos sirvieran de modelo y estímulo para la virtud. Por tanto, consideraba inútil poner condiciones para la aceptación a los que necesitaban una caritativa violencia moral para introducirlos al convite del Padre Celestial; y no permitía que se despidiera a los que, ((**It3.89**)) tal vez, dejaban de asistir al Oratorio meses y meses, pues estimaba era una fortuna su vuelta, aunque durara poco tiempo. Era además evidente que no se podían exigir garantías de buena conducta a unos padres, que no se preocupaban para nada de la suerte de sus hijos, ni tenían prestigio alguno sobre ellos o a lo mejor los apartaban de frecuentar la iglesia. Don Bosco recogió también algunos Reglamentos de Oratorios destinados a muchachos díscolos, internados en reformatorios, en los que, a la par, se admitían muchachos externos de la misma categoría. Pero no le gustaba el sistema disciplinario allí impuesto y la vigilancia casi policial, aunque fuese necesaria, y la obligación de la asistencia. Este sistema ya no podía emplearse porque no lo aceptaba la opinión pública y además don Bosco quería que sus alumnos practicaran el bien libremente y por amor. Estudiaba todos aquellos reglamentos, tomaba notas, modificaba, adaptaba, combinaba, según su punto de vista, y ateniéndose especialmente al de los Oratorios de San Felipe Neri en Roma y de San Carlos Borromeo en Milán, fundado hacia 1820. Sin embargo, eliminó ciertas disposiciones que no le parecían adaptadas a sus tiempos y que hubieran podido alejar más que atraer muchachos y animarlos para asistir. Excluyó solamente para la aceptación a los de muy tierna edad o con enfermedades contagiosas. En la práctica, cuando se trataba de insubordinación, estableció por principio una gran tolerancia y la admonición cordial, constante y eficaz, en vez de los castigos. Alejaba del Oratorio solamente a los que ofendían gravemente al Señor con el escándalo y no quería que hubiese registros oficiales donde quedasen anotadas las faltas de los culpables o de los indiferentes en las prácticas de piedad. En cuanto a la ((**It3.90**)) frecuencia de los sacramentos dejaba máxima libertad: ninguna obligación de pedir la cédula de confesión 1 ni el menor reproche a quien pasara mucho 1 Así se llamaba la que se daba en las parroquias en tiempo del cumplimiento de iglesia, para que constare. (N. del T.)(**Es3.78**))
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