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que acudieran a su Oratorio no sólo los más
ignorantes para instruírlos, sino también los que
no eran buenos para convertirlos, con tal de que
no escandalizaran a los buenos: quería que éstos
sirvieran de modelo y estímulo para la virtud. Por
tanto, consideraba inútil poner condiciones para
la aceptación a los que necesitaban una caritativa
violencia moral para introducirlos al convite del
Padre Celestial; y no permitía que se despidiera a
los que, ((**It3.89**)) tal vez,
dejaban de asistir al Oratorio meses y meses, pues
estimaba era una fortuna su vuelta, aunque durara
poco tiempo.
Era además evidente que no se podían exigir
garantías de buena conducta a unos padres, que no
se preocupaban para nada de la suerte de sus
hijos, ni tenían prestigio alguno sobre ellos o a
lo mejor los apartaban de frecuentar la iglesia.
Don Bosco recogió también algunos Reglamentos
de Oratorios destinados a muchachos díscolos,
internados en reformatorios, en los que, a la par,
se admitían muchachos externos de la misma
categoría. Pero no le gustaba el sistema
disciplinario allí impuesto y la vigilancia casi
policial, aunque fuese necesaria, y la obligación
de la asistencia. Este sistema ya no podía
emplearse porque no lo aceptaba la opinión pública
y además don Bosco quería que sus alumnos
practicaran el bien libremente y por
amor.
Estudiaba todos aquellos reglamentos, tomaba
notas, modificaba, adaptaba, combinaba, según su
punto de vista, y ateniéndose especialmente al de
los Oratorios de San Felipe Neri en Roma y de San
Carlos Borromeo en Milán, fundado hacia 1820.
Sin embargo, eliminó ciertas disposiciones que
no le parecían adaptadas a sus tiempos y que
hubieran podido alejar más que atraer muchachos y
animarlos para asistir. Excluyó solamente para la
aceptación a los de muy tierna edad o con
enfermedades contagiosas. En la práctica, cuando
se trataba de insubordinación, estableció por
principio una gran tolerancia y la admonición
cordial, constante y eficaz, en vez de los
castigos. Alejaba del Oratorio solamente a los que
ofendían gravemente al Señor con el escándalo y no
quería que hubiese registros oficiales donde
quedasen anotadas las faltas de los culpables o de
los indiferentes en las prácticas de piedad. En
cuanto a la ((**It3.90**))
frecuencia de los sacramentos dejaba máxima
libertad: ninguna obligación de pedir la cédula de
confesión 1 ni el menor reproche a quien pasara
mucho
1 Así se llamaba la que se daba en las
parroquias en tiempo del cumplimiento de iglesia,
para que constare. (N. del T.)(**Es3.78**))
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