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cuando las familias, en general, daban a sus hijos
la primera educación cristiana, vigilaban para que
no sufriera menoscabo su inocencia y los
acompañaban a la iglesia y a los sacramentos.
Entonces era fácil la misión del Director de un
Oratorio. Bastaba reunir a los muchachos a ciertas
horas de los días festivos, entretenerlos con
honestas diversiones, catequizarlos, darles en
particular consejos o reprensiones para enderezar
las tendencias aviesas y hacer crecer la buena
semilla que ya había sido depositada en sus
corazones. Pero, al presente, no se trataba sólo
de cultivar, porque muchos jóvenes de ciertas
clases sociales ya no recíbian instrucción
religiosa en su casa y vivían alejados de la
Iglesia; se precisaba, por tanto, y ante todo,
recobrar su corazón, extirpar las malas raíces que
el mal ejemplo y la corrupción precoz habían hecho
germinar en él y, después, sembrar gérmenes de
virtud. Más aún, había que añadir que, para que
muchos de ellos perseverasen en la virtud, era
totalmente imprescindible apartarlos del ambiente
corrompido en que vivían. Una mente sagaz podía
fácilmente prever cómo el mal iría creciendo de
manera espantosa.
Se necesitaba, por consiguiente, que el
Oratorio moderno, popular, fuera un campo de
verdadero apostolado, en el que aplicasen ((**It3.88**)) los
medios de santificación instituídos por Jesucristo
administrados según el espiritú de la Iglesia.
Debía sustituir a la parroquia en todas sus
funciones, como establece el Concilio de Trento.
Debía se la sede de una autoridad paterna, que
remediase con todas sus fuerzas la negligencia de
los padres y que supiera ganar de tal modo a los
muchachos que ejerciera una influencia moral y
continuada en su conducta.
Ya había Patronatos que se acercaban al ideal
de don Bosco. En ellos se celebraba la misa, se
explicaba el catecismo, tenían confesores, se
recomendaba la santa comunión una vez al mes, se
vigilaba a los muchachos durante el recreo. Pero
el Oratorio se cerraba a media mañana y los
jóvenes quedaban abandonados a sí mismos porque no
tenían dónde reunirse por la tarde. Y don Bosco,
que sabía los peligros más graves para los
jóvenes, particularmente si eran obreros,
aparecían por la tarde, quería que su Oratorio
estuviera abierto toda la jornada.
Había Oratorios festivos que procuraban a los
muchachos tods los auxilios espirituales y también
los recogían por la tarde; pero no admitían más
que a los de una conducta digna y probada; debían
ser presentados por sus padres a la dirección y se
les obligaba a retirarse, si no se comportaban
bien. Pero don Bosco quería(**Es3.77**))
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