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Estas palabras redujeron a aquel pobre hombre a
hablar con moderación. Y entonces don Bosco, con
franqueza, le dijo:
-Crea, amigo mío, que la felicidad no se
encuentra en este mundo, si no se está en paz con
Dios. Si usted está tan disgustado y enfadado es
porque no piensa un poco en la ((**It3.79**))
salvación de su alma. Si la muerte viniera a
quitarle la vida en este momento, ciertamente que
no estaría muy contento.
El amigo se quedó pensativo y conmovido. Don
Bosco le fue persuadiendo a que fuera a
confesarse, ya que hacía mucho tiempo no lo hacía.
Pero temiendo que las buenas disposiciones del
momento se quedaran en humo de pajas y que, una
vez lejos, no cumpliera su actual propósito, le
invitó a hacerlo enseguida.
-Estoy dispuesto, respondió; pero, >>dónde?
-Aquí mismo.
->>Se puede?
-Claro que se puede.
Hablando, hablando, habían caminado un poquito
y, aunque siempre en la Plaza de Armas, estaban en
un sitio donde no había nadie y donde unos árboles
le servían de pantalla. Allí confesó don Bosco a
aquel pobre hombre que, fuera de sí por la
alegría, no acertaba a separarse del que había
procurado tal paz a su corazón.
Le ocurrieron otros casos por el estilo que
sería prolijo añadir.
También nos contó cierto buen señor que él se
había confesado con don Bosco cerca de los
torreones de la Plaza de Manuel Filiberto.
En aquellos primeros años del Oratorio, había a
lo largo de la calle de La Jardinera, como ya
hemos dicho, un amplio cobertizo de los señores
Filippi alquilado al contratista Visco, donde se
guardaban los carros del Municipio. Allí iban por
las noches los carreros y una pobretería de toda
especie, borrachos, blasfemos, que,
particularmente en el buen tiempo, bailoteaban sin
medida. Eran vecinos que no inspiraban demasiada
confianza.
Estaba un día mamá Margarita en la galería,
limpiando la sotana nueva de su hijo, la tendió
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sobre la baranda de madera, y se retiró un momento
a su habitación. La galería no estaba muy alta del
suelo y, cuando volvió, ya no se encontró la
sotana. Se la habían robado. Va la pobre mujer en
busca de su hijo y se lamenta de la fatal y
desagradable sorpresa:
-Seguro que ha sido alguno de ésos que se pasan
todo el día en ese almacén sin hacer nada.(**Es3.71**))
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