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((**Es3.70**) El cuarto no quiso, diciendo que, por el momento, no se encontraba dispuesto. Al marcharse, prometieron los cuatro volver a visitarlo. Una avemaría recitada por don Bosco siempre producía efectos sorprendentes. Otra vez, ya entrada la noche, volvía él desde los pórticos del Po hacia la Plaza del Castillo; se le acercó un desconocido que sin más, le pidió dinero. Don Bosco lo entretuvo con sus buenas maneras, le arrancó todos sus secretos, le hizo ver las consecuencias de su mala vida; y después, sentándose en el parapeto del foso de detrás del palacio Madama, lugar en aquellos tiempos más bien solitario y oscuro, porque eran raros los faroles, confesó a aquel su nuevo amigo, del momento, arrodillado a su vera. El canónigo Borzarelli, tío del canónigo Antonio Nasi, atravesaba en aquel instante la inmensa plaza y presenció el extraño espectáculo en aquel lugar público. Se acercó a uno de los que contemplaban el hecho desde lejos y le preguntó que quién era aquel sacerdote: -íEs don Bosco!, le respondió. ((**It3.78**)) El canónigo aguardó a que don Bosco terminase; y cuando el otro se alejó, acercándosele le acompañó al Oratorio y ya fue su bienhechor y amigo. Sucedió en cierta ocasión que don Bosco se encontró en la Plaza de Armas, con unos bribones, hombres ya de edad madura, los cuales, al ver que nadie los oía, empezaron a insultarlo. Don Bosco les respondió cordialmente. Amansados por sus palabras y reconociendo su equivocación, algunos se marcharon. Sólo se quedaron dos, uno de los cuales airado contra don Bosco, y promotor de la desagradable escena, le pedía razones de no sé qué. También éste acabó por cansarse, vencido por la calma del sacerdote y se alejó. El único que quedaba, seguía con sus insultos contra los sacerdotes y religiosos y profiriendo palabrotas. -Mire, le interrumpió don Bosco; usted habla mal de los sacerdotes, y por consiguiente de mí, que soy amigo suyo. Y esto es porque no me conoce; si me conociera, hablaría de modo muy distinto. Aquel tal, desconcertado, se quedó mirando de pies a cabeza a don Bosco para recordar si realmente y alguna vez se había encontrado con él. Y don Bosco proseguía: -Yo soy uno de sus mejores amigos y tiene una prueba de mi sincero afecto, porque mientras usted me insulta, yo no me ofendo y, si pudiera hacerle cualquier favor, se lo haría gustoso inmediatamente. Ojalá pudiera yo colmarlo, como deseo, de toda felicidad en esta tierra y en la otra vida.(**Es3.70**))
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