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expresión de estima y respeto, de pruebas de
sentido afecto y, a veces, de una frase oportuna y
graciosa. Don Bosco acostumbraba a decir, más
tarde, a sus salesianos:
-El sacerdote siempre es sacerdote y debe
manifestarse así en todas sus palabras. Ser
sacerdote quiere decir tener ((**It3.75**))
continuamente la obligación de mirar por los
intereses de Dios y la salvación de las almas. Un
sacerdote no ha de permitir nunca que quien se
acerque a él se aleje, sin haber oído una palabra
que manifieste el deseo de la salvación eterna de
su alma.
Y don Bosco lograba su intento con gran
habilidad y provecho. Sabía descubrir bonitamente
en su conversación el estado moral de ciertas
personas de cualquier grado o condición, que, de
ordinario, tienen poco tiempo o poca voluntad para
acercarse a los Santos Sacramentos. Y de este
modo, por su habilidad, los disponía de manera
que, casi sin darse cuenta, manifestaban sus
ocultas miserias y así le ofrecían la oportunidad
de enderezarlos por el buen camino. Cuando se
encontraba con faquines, obreros, u otros que
habitualmente ofendían al Señor con blasfemias,
imprecauciones o conversaciones obscenas, sabía
acercarse a ellos y, con su gran dulzura, los
inducía poco a poco a reconocer su culpa y
frecuentemente a confesarse con él mismo. Citemos
algunos
hechos.
Cuenta un señor de Cambiano, que iba don Bosco
una mañana, hacia 1847, por las afueras de Puerta
Nueva, entre montones de escombros, zanjas y
tierras baldías, que después desaparecieron cuando
allí se construyó el Barrio Nuevo. Volvía de la
parroquia de la Crocetta. Se encontró con cuatro
jóvenes de veintidós a veintiséis años, de facha
poco recomendable. Le detuvieron ellos con fingida
cortesía y le dijeron:
-Oiga, por favor, señor cura; dice éste que yo
estoy equivocado y yo digo que llevo razón: decida
usted quién la tiene y quién anda equivocado.
Echó don Bosco un vistazo a su alrededor y al
no ver a nadie por aquel descampado, aunque ya
fueran las dos de la tarde, temió cualquier
agresión. Y se encomendó a Dios, mientras el uno y
el otro, contando ridículas patrañas y sin llegar
nunca a exponer ((**It3.76**)) la
cuestión a decidir, seguían repitiendo:
-Decida usted quién tiene razón y quién se
equivoca.
Don Bosco al verse blanco de sus burlas, pensó:
aquí hace falta astucia para salir con suerte. Y
les dijo:
-Miren, señores: aquí, de pie, no puedo
decirlo; vamos a tomar un café al San Carlos y
allí decidiremos.(**Es3.68**))
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