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que, por mucho que gritaban: <<íHacer sitio, hacer
sitio!>>, el predicador no podía avanzar.
Finalmente, como Dios quiso, llegó don Bosco hasta
el púlpito. Pero sucedió entonces otra escena. Al
transportarlo, se había roto la escalerilla del
púlpito, que era bastante alto y al que no podía
subir sin ella. Los próximos resolvieron la
dificultad: uno puso sus manos como primer
escalón, otro las espaldas, aquél empujó hacia
arriba y éste lo sostuvo para que no cayera y he a
nuestro hombre en el púlpito. El murmullo
continuaba tan fuerte que apenas si podían oír a
don Bosco los más cercanos. Entonces gritó:
-Si queréis que os predique ((**It3.70**)) guardad
silencio.
Fue una palabra mágica. En un minuto todo el
mundo se calló. Era el 26 de julio. Iban todos con
la cabeza descubierta y lucía un sol abrasador.
Con todo, aunque no fue aquel un sermón breve, no
se vio a nadie que diera muestras de cansancio o
de impaciencia. Acabada la función, no cesaban de
encomiar las cosas magníficas que don Bosoc había
expuesto. El párroco, teólogo y abogado, don Juan
Mandillo, recordaba siempre con fruición la visita
de don Bosco.
Una prueba más del dominio que don Bosco
ejercía sobre las multitudes fue su panegírico de
San Cándido y San Severo en la parroquia de
Lagnasco, diócesis de Saluzzo, junto a Savigliano.
Llegó tarde y, por las prisas, sin haber
comido. El público aguardaba en la iglesia al
predicador y ya se habían cantado las vísperas. Se
revestía del roquete el párroco para subir él
mismo al púlpito, cuando don Bosco entraba en la
sacristía. Sin más tardanza, casi en ayunas y
fatigado, empezó el sermón. Habló durante una hora
de San Cándido; y, al ver que había transcurrido
el tiempo, dijo que aún le quedaba la segunda
parte, referente a San Severo, pero que terminaba
el sermón para no cansar al auditorio. El pueblo
pidió a voz en grito que continuase. Don Bosco
reflexionó un instante; el párroco, teólogo José
Eaudi, dijo en tono solemne desde el altar: <> (la voz del pueblo es la voz de
Dios); y don Bosco continuó por otra buena hora,
dejando a todos admirados y complacidos de haberle
oído.
Era una complacencia que juntamente producía
una impresión saludable, porque cualquiera fuese
su auditorio, aún en presencia de obispos,
sacerdotes, nobles o sabios, tratara el tema que
tratara, su idea dominante era la ((**It3.71**))
necesidad de salvar el alma. Más aún; a veces,
contra la expectación de todos, en las fiestas más
solemnes, en vez de tejer las alabanzas del santo
titular de la iglesia,(**Es3.64**))
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