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don Bosco las primeras palabras, empezó a nublarse
el cielo, que desde hacía varias semanas se
mantenía sereno y claro; llegaron los relámpagos y
los truenos y aquello parecía el fin del mundo; en
un instante cayó un chaparrón torrencial, un
diluvio. Los campesinos miraban a ver si don Bosco
se bajara para ponerse a cubierto; como no se
movía, tampoco ellos se movieron. El predicador se
detuvo un rato, pasó el temporal, que no fue muy
largo, y continuó como si nada hubiera sucedido.
La atención del
auditorio no disminuyó; al contrario, creció más y
más, porque todos daban gracias a Dios por la
lluvia tan oportuna y abundante. En efecto, los
campos estaban sedientos por la pertinaz sequía:
tanto que se habían hecho plegarias y rogativas.
Así que faltó poco para que el pueblo gritara
ímilagro!
Otra vez había sido invitado a predicar el
panegírico de Santa Ana en Villafalletto, diócesis
de Fossano. Corrióse la voz de que iba don Bosco y
acudió tal gentío, que había fuera de la iglesia
diez veces más que dentro. Los mayordomos querían
contentar a todos. Unos decían:
((**It3.69**)) -Sería
mejor predicar en la plaza.
-En la plaza no, replicaban otros; hace mucho
calor y nos asaríamos todos; vámonos al prado.
Y dicho y hecho. Improvisaron un púlpito a la
buena de Dios en mitad de un prado, sombreado por
árboles altísimos, y allá se fueron las
hermandades con sus estandartes y los millares de
oyentes. Empezó do Bosco el sermón, pero su voz se
la llevaba el viento y se perdía entre el follaje
de los árboles y el murmullo de la multitud.
Aunque gritaba a todo pulmón no podía ser oído ni
por la mitad de los presentes. Oyóse entonces una
voz estentórea entre la multitud:
-Es imposible oír el sermón; vamos a la plaza;
allí se oirá mejor.
Los más alejados gritaron como un solo hombre:
-íA la plaza! íA la plaza!
Los más próximos al púlpito se oponían a la
proposición. Era una escena difícil de resolver.
Unos gritaban ísí! y otros voceaban íno!; unos se
retiraban, otros se acercaban. Estos miraban al
predicador a ver qué actitud tomaba. Aquéllos se
acercaban a persuadirle que bajase y casi lo
empujaban para que descendiera. El predicador
descendió y los cofrades se echaron a cuestas
aquella especie de púlpito y lo llevaron
procesionalmente a la plaza. La multitud se apiñó
a su alrededor y formó una masa tan
compacta(**Es3.63**))
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