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Predicaba en Ivrea unos ejercicios espirituales
al pueblo, en la parroquia de San Salvador;
pronunciaba cuatro sermones al día. Al mismo
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tiempo fue invitado a predicar dos sermones más en
el seminario a los seminaristas y aceptó. Pero
cayó enfermo el predicador que en aquellos mismos
días predicaba ejercicios en el colegio municipal
y rogaron a don Bosco que le supliera. Y fue, y
predicaba allí otras dos veces al día. Eran por
tanto ocho los sermones que le tocaba hacer
diariamente. Y, encima, todos querían confesarse
con él en el tiempo que le quedaba libre durante
la jornada y parte de la noche.
Cuando volvía a casa deshecho de cansancio, su
madre le reprochaba amorosamente por aquellos
esfuerzos excesivos, pero él le respondía:
-En el paraíso tendré tiempo para descansar.
Siguió predicando hasta 1860, año en el que su
presencia en el
Oratorio se hizo necesario por el crecido número
de internos, y tuvo que disminuir poco a poco sus
ausencias de casa. Hacia 1865 ya no se ausentaba
más que para algún triduo, panegírico, sermón o
conferencia.
Tendrá sin duda el lector curiosidad de saber
alguna anécdota de este período de la vida de
nuestro don Bosco, para hacerse una idea del poder
de su palabra y henos aquí dispuestos a
satisfacerla.
Entre 1850 y 1855 fue a Strambino el día de la
Asunción. Se entreraron en los pueblos vecinos de
que predicaba don Bosco y hubo una afluencia
extraordinaria. Cuando llegó la hora de subir al
púlpito estaba la iglesia atestada de gente y
todavía quedaban fuera muchos de los que habían
acudido. Fue preciso predicar en la plaza, donde,
a toda prisa, se levantó una especie de tribuna.
Caía el sol de plomo sobre las cabezas
descubiertas; pero todos estaban tan atentos que
nadie se movía y ni siquiera sacaban el pañuelo
para limpiarse el sudor que chorreaba por su
rostro. El sermón duró una hora enterita. ((**It3.68**)) Pero
muchas personas no habían llegado a tiempo para
oírlo y expresaron su deseo de que al día
siguiente predicara el panegírico de San Roque. Se
celebraba esta fiesta en una ermita de las afueras
del pueblo, en medio de los campos y praderas. El
párroco, don Gaudencio Comola, invitó a don Bosco
en nombre del pueblo y don Bosco accedió gustoso.
Al día siguiente, aunque era día de trabajo, se
reunieron varios miles de personas en la explanada
de delante de la ermita, a cuya puerta, al aire
libre, habían colocado el púlpito. Pero, apenas
profirió(**Es3.62**))
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