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Efectivamente, nunca se quejaba de la
habitación que le destinaban, o de la comida que
le preparaban. Parecía no sentir el rigor de las
estaciones, aunque, a veces, la habitación y la
iglesia no estuviesen acondicionadas. Manifestaba
una paciencia a toda prueba aguantando la
verborrea de las audiencias, las confesiones y las
funciones sagradas. Su humilde paciencia era
invencible para soportar contradicciones, falta de
atenciones y rusticidad de las personas con las
que debía tratar. Era indiferente en todo lo que a
su persona se refería, nunca exigía más de lo que
le diesen; nada pretendía, aceptaba cualquier
sitio o tiempo que le señalaran; cedía
humildemente una ocupación o un puesto más
honorífico, aún a los inferiores en dignidad o en
años; y, si el demonio ponía obstáculos a su
ministerio, con una perfecta confianza en Dios,
continuaba sereno e impertérrito y no cedía.
En el púlpito, su celo sin amargura ni
violencia, inspiraba viva confianza en el
auditorio, al que decía toda la verdad sin halago
alguno. En tiempo de misiones o de ejercicios, no
se perdía en discusiones inútiles. Sus temas
ordinarios eran: la importancia de salvar el alma,
el fin del hombre, la brevedad de la vida y la
incertidumbre de la hora de la muerte, la gravedad
del pecado y las consecuencias funestas que trae
consigo, la impenitencia final, el perdón de las
injurias, la restitución de los fraudes, la falsa
vergüenza al confesarse, la gula, la blasfemia, el
buen uso de la pobreza y de las aflicciones, la
santificación de los domingos y de las fiestas, la
necesidad de orar y ((**It3.65**)) el modo
de hacerlo y de frecuentar los sacramentos, de
asistir al santo sacrificio de la misa, la
imitación de nuestro Señor Jesucristo, la devoción
a la Santísima Virgen María, la felicidad de la
perseverancia. Hemos recogido los títulos de estos
sermones de algunos de aquellos autógrafos, que
sus viejos amigos y condiscípulos poseían, y que
nos lo entregaron el año 1900 para que no se
extraviaran.
Y como quiera que los sermones se daban por la
mañana temprano y por la noche, a fin de que la
gente del campo pudiera ir a sus labores, don
Bosco, una vez que terminaba las confesiones, se
daba durante el día una vuelta por la población.
Iba a saludar a las autoridades municipales, a
visitar y consolar a los enfermos, a poner paz en
las familias que estaban desunidas, a conciliar
con buenas palabras a los enemistados por
intereses encontrados. Mostraba gran respeto a los
ancianos y deferencia con los criados y los
pobres. Empleaba todos los medios para atraer a la
gente a los sermones: entraba a las tiendas para
invitar a dueños y dependientes(**Es3.60**))
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