((**Es3.58**)
Sólo que, al multiplicarse sus ocupaciones,
toda con la exigencia de su tiempo, y sintiendo
verdaderas ansias de predicar la palabra de Dios,
se tuvo que conformar, para todo nuevo tema, con
escribir unos guiones en cuartillas, muchos de los
cuales tenemos la fortuna de poseer.
Ultimamente ni siquiera esos guiones pudo
preparar. Y a veces predicaba después de
reflexionar un rato sobre lo que quería decir;
pero otras, rezaba el avemaría mientras subía al
púlpito e improvisaba. íQué felices eran sus
improvisaciones! Hablaba con lentitud, casi sin
gestos, pero su voz argentina penetraba en los
corazones y los conmovía con sencillos
razonamientos.
En lugares donde el auditorio era gente muy
ajena a lo religioso y llegaba a la iglesia por
curiosidad, para oír a un famoso orador, o para
criticar a determinado sacerdote como cabeza de un
partido contrario a sus opiniones, nosotros mismos
los hemos oído, al acabar el sermón, repetir al
unísono, en la iglesia y en la plaza: <>.
((**It3.62**)) Pero,
aún en estas ocasiones, su exposición estaba
perfectamente ordenada. Comenzaba con un texto de
la Sagrada Escritura: en el exordio exponía con
precisión el tema a tratar, o bien anunciaba con
claridad el objeto de la fiesta o el misterio que
se celebraba. A continuación desarrollaba el tema
propuesto, aducía una brevísima razón teológica,
narraba un hecho histórico, una comparación o una
parábola que se convertían en la parte principal
de su discurso, sin olvidarse nunca de algunas
prácticas para la vida. Añadiremos que estaba
admirablemente preparado para cambiar el tema
apenas subía al púlpito, de acuerdo con las
circunstancias o la imprevista condición del
auditorio. Claro que para conseguir un buen
resultado con tal método, no basta la ciencia de
orador sagrado; es necesario poseer, con
anterioridad, un gran ascendiente moral sobre los
fieles.
Cuando don Bosco predicaba, donde quiera se le
presentaba la ocasión y ante cualquier ceto de
personas que lo esperaban con vivo deseo, era
escuchado como se le escucha a un santo.
Su predicación era continua. Resulta difícil
enumerar las poblaciones, no sólo de Piamonte,
sino también de Italia Central, donde oyeron su
voz. Pero, desde luego, casi no hay ciudad o
pueblo del Piamonte donde no haya predicado.
Cuando podía confiar en la diligencia y vigilancia
de los que tenía al frente de las distintas
secciones del Oratorio, se alejaba de Turín, mas
sin dejar de volver los días en que se requería su
presencia. Por doquiera(**Es3.58**))
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