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a causa del continuo ajetreo de la gente alegre, a
la que tenía obligación de servir. Estaba un día
conversando con don Bosco, se acercó su padre y se
sentó en medio para participar en la conversación.
Don Bosco aprovechó la ocasión y le rogó que
dejara a su hijo y a su familia ir a confesarse al
Oratorio. Aquel hombre, que hacía años no se había
acercado a los sacramentos, condescendió
enseguida.
-Pero esto no basta, exclamó don Bosco; ha de
venir también el papá.
El fondista se quedó un rato pensativo y
después respondió:
-Sí, iré; pero con una condición.
-Veámosla.
((**It3.55**)) -Que
usted acepte almorzar conmigo.
-Acepto.
El fondista, loco de alegría, preparó todo lo
mejor que pudo y supo. Don Bosco se presentó el
día convenido y el almuerzo resultó estupendo,
asistiendo sólo la familia. El fondista repetía a
cada instante que aquél era el día más feliz de su
vida. Al retirarse, agradecióle don Bosco sus
atenciones y terminó diciendo:
-Espero que mantenga su palabra, >>eh?
-La cumpliré, respondió el fondista.
Pocos días después mandó su familia a
confesarse, pero él no apareció. Don Bosco se lo
encontró varias veces y le dijo:
-Bueno, >>cuándo...?
El fondista buscaba mil pretextos; pero, al
cabo de algunos meses, cumplió su palabra y se
confesó con el mismo don Bosco, con quien siempre
mantuvo una gran amistad.
Pero don Bosco sabía recompensar a fondistas y
hosteleros por la buena acogida que daban a sus
consejos y por su buena conducta. Por eso, cuando
escribía o hablaba con las personas de mayor
relieve de los pueblos, les notificaba y
garantizaba el trato esmerado y económico que
encontrarían en las fondas que indicaba: y así les
atrajo numerosos forasteros y no pocos húespedes.
También ejercía don Bosco su eficaz apostolado
en los cafés de Turín.
El pedía un café, pero el objeto de sus
solicitudes era, claro está, alguno de los
muchachos que servían las bebidas. Entablaba
conversación, en voz baja, con uno o con otro, en
el momento en que presentaban la bandeja y ellos
le abrían enseguida el corazón, sin que ninguno de
los que ocupaban las mesitas próximas pudiera
imaginar de qué hablaban.(**Es3.53**))
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