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quería ganarse, o bien para los obreros a quienes
encomendaba algún trabajo en su casa. Tampoco
dudaba a veces en entrar, para pedir una bebida
caliente o simplemente un vaso de agua. Eran sólo
pretextos y nada más. En efecto, la entrada de un
sacerdote en ciertos establecimientos de aquéllos
llamaba poderosamente la atención. Se le acercaba
el dueño para recibir sus órdenes y, ganado por
sus maneras afables, entraba en conversación con
él. Los clientes esparcidos por aquí y por allá,
dejaban sus mesas y le hacían corro. Don Bosco,
al principio, los entretenía con una conversación
alegre, chistes, frases ingeniosas, anécdotas y,
por último, remataba con unas palabras sobre la
salvación eterna. Entraba audazmente en el tema,
pero con pocas
palabras y manifestando siempre el interés que
tenía por sus almas. Preguntaba con aquella su
circunspecta sonrisa:
->>Hace mucho tiempo que no os habéis
confesado? >>Habéis cumplido con Pascua?
Las repuestas de los presentes eran tan
sinceras como amables y francas las preguntas. A
veces don Bosco tenía que aguantar disputas,
resolver objeciones, disipar prejuicios; pero lo
hacía con tal garbo, que nadie se ofendía y ni la
menor frase hiriente turbaba la pacífica
conversación. El aseguraba no haber recibido en
aquellos lugares, frecuentados por toda suerte de
personas, ni un insulto ni una burla de mal gusto.
Cuando se iba, todos eran muchos, como lo habían
prometido, iban a buscarle al confesionario.
Durante estas conversaciones observaba si había
algún niño; preguntaba al dueño del
establecimiento si tenía hijos, se interesaba por
saber si eran buenos, si obedecían a sus padres;
pedía, por favor, que se los dejaran ver y, por
último, les recomendaba que se los mandaran al
Oratorio para asistir a las funciones sagradas.
Las madres, al enterarse de la novedad de su
presencia en el establecimiento, llevadas por la
curiosidad, salían de sus habitaciones, se sumaban
al corrillo y, emocionadas a la par de sus
maridos, al ver el interés que demostraba hasta
por el bien temporal de sus hijos, accedían a su
petición, especialmente a la de mandarlos al
Oratorio a confesarse. Los hijos, a su vez, en
cuanto conocían a don Bosco, ya no acertaban a
separarse de él.
Citamos un caso entre muchos. Había ido
repetidas veces, para sus fines, a una fonda del
barrio de Valdocco, donde tenía estrecha amistad
con el hijo del fondista. El muchacho, aunque de
buena voluntad, tenía poco tiempo los domingos
para ir a la iglesia,(**Es3.52**))
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