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don Bosco, no veía con buenos ojos, al principio,
ciertas formas del buen sacerdote, ciertas
costumbres del Oratorio, y la reunión de
tantísimos muchachos. Habló de ello con don José
Cafasso, su confesor, rogándole aconsejera a don
Bosco que se dejase de muchas cosillas que no le
gustaban. Pero don José Cafasso le respondió:
-Déjele hacer. Don Bosco tiene dones
extraordinarios; y, aunque a usted le parezca lo
contrario, actúa por un impulso superior:
ayudémosle cuanto podamos.
El Arzobispo, que preveía cómo la Iglesia
perdería pronto el apoyo de la autoridad civil,
juzgaba humanamente necesario remediarlo con el
del pueblo y que el sacerdote se acercara cada día
más a las multitudes de los fieles, atrayéndolas
con el socorro de sus necesidades, con la
persuasión de la divina palabra, con la influencia
de su autoridad y la santidad de su vida.
Por eso él aprobaba que don Bosco se valiera a
este fin de todo medio lícito, aunque fuera
extraordinario, sugerido por una prudente caridad.
Tanto más, cuanto que en todas las actuaciones de
don Bosco triunfaba el don de la palabra, que
había pedido y ((**It3.51**)) obtenido
del Señor el día de su ordenación sacerdotal.
Verdaderamente se podía decir de él: <>.1
1 Prov. I, 20, 21.(**Es3.50**))
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