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por las necesidades presentes de la Santa Iglesia.
Y Dios oía sus palabras e infundíale las virtudes
necesarias para suscitar, conservar y hacer
crecer, multiplicándolas, las vocaciones
sacerdotales. Su admirable conducta hacía concebir
a los muchachos una gran estima por el carácter y
el estado sacerdotal, mientras su caridad y
dulzura ((**It3.622**))
infundía una atracción convincente a los consejos
que daba en nombre de Dios. Todos los que le
conocieron en la intimidad de sus conversaciones
le proclaman
dueño de los corazones y repiten, aplicándole las
palabras del libro de los Proverbios: <>.1
1 Proverbios XVI, 15.
(**Es3.476**))
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