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seguía dando clase a los cuatro que él había
elegido, Bellia, Gastini, Reviglio y Buzzetti.
Entre tanto, además de la educación de los
seminaristas, don Bosco se prestaba para otro
eminente servicio a la diócesis de Turín,
procurando un culto decoroso en sus iglesias. El
mismo, u otro sacerdote por él invitado,
ejercitaba a sus seminaristas en las ceremonias.
Durante todo el año 1855 fue al Oratorio a este
fin el teólogo Juan Bautista Bertagna. La curia
arzobispal y la parroquia de los santos Simón y
Judas, lo mismo que la parroquia de Valdocco,
exigían a don Bosco que sus seminaristas
asistieran a las funciones sagradas de la
catedral, en las que deberían haber intervenido
los seminaristas que entoncen faltaban. Don Bosco
intentaba con gusto y por todos los modos, aún con
grave incomodidad, contentar a los superiores
eclesiásticos, y por esto enviaba regularmente a
algunos de sus clérigos a dar catecismo y a ayudar
en los oficios religiosos de la ((**It3.621**)) propia
parroquia; a servir a los canónigos en la catedral
todas las fiestas del año, y, a petición de los
párrocos y rectores, les enviaba en circunstancias
especiales a otras iglesias de la ciudad. Era
preferido el santuario de la Consolación para la
misa de Nochebuena en Navidad y para la Semana
Santa. En esa semana los mismos clérigos, con todo
celo y trabajo, acudían a servir a todas las
largas funciones, en tres iglesias
consecutivamente; la última, por celebrarlas más
tarde, era la catedral. Don Bosco no se quedaba en
casa más que con alguno, indispensable para los
Oratorios festivos.
Este servicio que don Bosco prestaba a su
diócesis fue necesario y muy meritorio, tanto más
que, a causa de la muerte continua de los viejos
ministros del Señor, empezaron a escasear también
en Turín, los sacerdotes. Así que don Bosco,
apenas contó con sacerdotes consigo, por
invitación del Vicario General, tuvo que enviar en
todas las fiestas alguno a la catedral para
celebrar la santa misa. Uno de éstos fue el
profesor don Celestino Durando. Este estado de
cosas duró hasta 1865, y aún durante varios años
más, en las vacaciones otoñales, siguieron yendo a
la catedral los clérigos del Oratorio, por no
haber otros en la ciudad.
Se podían recordar las palabras: Messis quidem
multa, operarii autem pauci (Mucha es la mies
cieramente, pero los operarios son pocos); pero
don Bosco no olvidaba la exhortación de Nuestro
Señor Jesucristo: Rogate autem Dominum messis ut
mittat operarios in messem suam (Pedid al Señor de
la mies que envíe operarios a su mies). Por esto
ordenó, desde los primeros tiempos del Oratorio,
se rezase en casa cada día un Padrenuestro,
Avemaría y Gloriapatri
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